I - Bajo Una Cascada

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Ereas se miró fijamente al espejo analizándose el rostro con atención, su hermoso semblante deslumbró su mirada un instante mientras acariciaba suavemente sus negros y aterciopelados labios con la punta de los dedos. Siempre le había molestado el color... de cierta forma le hacía sentir poco "masculino"... o tal vez no poco masculino, pero si un bicho raro y aunque desde hacía ya bastante tiempo conocía su verdadero linaje, nunca se había sentido realmente cómodo entre los humanos. Sus orejas puntiagudas, sus ojos luminosos, sus pestañas crespas y delicadas, sus uñas negras y lustrosas, sus labios... siempre le habían dado esa apariencia andrógina que hacía difícil dilucidar si estabas frente a un niño de rostro angelical o ante una niña de singular belleza que no terminaba de entrar en la pubertad. Y aunque aquello no era lo que realmente le molestaba, si era esa forma extraña en que le miraban, como si estuvieran frente a una especie de divinidad, un ser dueño de las más altas alabanzas... Y sí, podía dar la impresión de que Ereas era un chico que se quejaba de lleno. La verdad, no lo hacía. Solo le hubiera gustado experimentar por un instante lo que era ser un humano, un chico normal rodeado de gente normal.

Suspiró hastiado un momento mientras su rostro en el espejo replicaba cada uno de sus movimientos. Odiaba que lo castigaran, pero ahí estaba encerrado en su cuarto una vez más tratando de repasar sus aburridas lecciones de matemática. Al día siguiente el maestro Peter le había asignado rendir una muestra de su avance y no quería fallar, no debía hacerlo o de seguro su madre sería capaz de encerrarlo una semana entera esta vez, ya había holgazaneado lo suficiente últimamente como para que su maestro continuase sin perder la paciencia...

De pronto un súbito piqueteo en la ventana distrajo su atención. Ereas giró su cabeza de inmediato.

—¡Ereas! ¡Ereas! —llamó alguien por lo bajo.

La mitad de los cristales de las ventanas estaban hechas de vidrios de colores impidiéndole ver quien lo llamaba, sin embargo, el gorgo supo de inmediato quien era. Se levantó a abrirle de un salto. Afuera su hermana, en cuclillas sobre el tejado, lo saludaba con una cálida sonrisa.

—Didi, no —le dijo con una ingenua vocecita— ¿¡Qué haces aquí!? ¿No ves que estamos castigados?

—Me conseguí los caballos con Yunito. Los sacó con la excusa de llevarlos a pastar ¡Nos espera allá afuera de las murallas! —susurró extasiada.

—Mi mamá nos va a regañar —susurró Ereas tratando de negarse.

Aunque la idea de escaparse a cabalgar le sonaba bastante atractiva, y ya lo habían hecho repetidas veces, sabía que tarde o temprano llegaría el momento en que su madre los descubriría. Y la verdad era que no quería ni imaginarse lo que pasaría aquel día, sería la peor de las desgracias.

—No si no nos descubren —respondió Didi convincente— ¡Ven, vamos! Madre está demasiado ocupada supervisando el trabajo de las criadas ¡No se dará ni cuenta! —recalcó comenzando a moverse rápidamente a través del tejado.

—¡Didi! ¡Didi! —intentó detenerla, pero ésta ya se alejaba impetuosa con dirección a la parte trasera del castillo.

Ereas ya conocía el camino, titubeo un instante, no debía ir, pero tampoco podía dejar a su hermana sola y dando un largo suspiro se armó de valor para encaramarse ágilmente sobre el alfeizar de la ventana y salir a la siga. Estaban alto, muy alto, un mal paso podría dejarlos con una pierna rota como mínimo, sin embargo, con Didi ya habían escalado y recorrido el tejado lo suficiente como para saber exactamente donde pisar. El gorgo siguió a su hermana con diligencia, ésta ya había alcanzado la parte baja de la muralla mientras volteaba a mirarlo entre risitas. Ereas corrió hacia ella que, en tanto, dejaba caer por el borde una larga escalera de cuerda que mantenían oculta sobre el tejado. Habían vivido toda su vida en aquel castillo, conocían cada esquina y recoveco, por lo que sabían exactamente donde esconderla para tenerla a disposición cada vez que decidían hacer algún acto de rebeldía. Su madre, la reina, jamás podría sospecharlo siquiera.

El Alzamiento De Las SombrasWhere stories live. Discover now