IV - Asaf el Navegante

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Asaf miró el horizonte con un suspiro. Se había ido haciendo viejo, estaba cansado y sus deseos de una vida tranquila se habían ido esfumando tras su puesto de comandante en jefe de las fuerzas navales del reino de Ordog. Había sido joven una vez, por supuesto, como cualquier otro mortal, en una época en que sus ansias de riquezas y aventuras habían superado su prudencia... había viajado tanto que se había hecho hasta un nombre, Asaf el navegante; aquel que conocía cada isla del archipiélago, aquel que había visitado cada puerto de la Tierra Conocida, aquel que había escapado innumerables veces de la muerte, aquel que había luchado con implacables tormentas, tribus caníbales y bestias imposibles, aquel que había visto lo que había más allá del final de los mares... sin embargo, a esas alturas aquello ya le tenía sin cuidado. Había amasado riquezas y prestigio, era amado, respetado e incluso admirado, había tenido una esposa que lo amaba... Y aunque se había casado dos veces, sus matrimonios nunca habían durado mucho. Al final de cuentas la muerte terminaba viniendo por todos, incluso por los seres más queridos. Suspiró una vez más tratando de hallar algo en el horizonte, algún indicio de barco, alguna pista... El Apolonia llevaba más de una semana de retraso y aunque aquello no debía ser algo tan preocupante dado lo caprichoso de los mares, sabía que algo andaba mal, su experimentado olfato de viejo lobo marino se lo decía. Las aguas habían estado tranquilas, y exceptuando los eternos nubarrones tras los lejanos Arrecifes de la Muerte que daban paso al intransitable Mar Oscuro, lo demás no era problema, sin embargo, El Apolonia no transitaba por aquellos lares. De hecho ningún barco lo hacía, su ruta era una de las más seguras y recurrentes dentro del Mar Occidental. Mensualmente el Apolonia salía de Ordog hacia la solitaria isla de Syke para luego arribar a Zarenne en el reino de Morbius. Solía hacer la misma ruta de regreso transportando o llevando a algunos pasajeros, comerciantes, así como suministros de comida, soldados, embajadores y diplomáticos que se encargaban del correcto funcionamiento de la isla como de las buenas relaciones con el reino de Austrio, aquel que llamaban el reivindicador. No había forma de perderse.

—¡Mi Señor! ¡Mi Señor! —llegó corriendo un joven soldado marinero saludándolo de forma marcial. Trabajaba para él— ¡El Apolonia yace a la vista! —apuntó.

Asaf se precipitó ansioso hacia las almenas de la torre donde se hallaba, desde allá arriba se podía apreciar todo el vasto horizonte del mar Agreste y el mar Occidental, así como las pequeñas islas vigía de Ronia y Rania con sus altas torres. Seguramente desde allá también debían haber avistado a la nave, no obstante, Asaf apenas si pudo dilucidarla. Su vista también había envejecido sin duda, se lamentó, pero si de algo estaba seguro era que algo andaba mal. Aun teniendo la nave ahí en frente podía sentirlo. El último informe recibido del Apolonia indicaba una usual y tranquila salida desde Zarenne, no obstante, en ningún momento había vuelto a detenerse en Syke como debía. Por lo demás y como pudo apreciar en ese instante la nave extrañamente traía las velas recogidas.

—¡Preparen un barco! —ordenó al soldado que diligente se apresuró a ejecutar sus órdenes— ¡Aun no den aviso de su llegada a los demás! —advirtió antes de que el chico desapareciera por la escalera.

Debían ser prudentes. Hasta no averiguar qué era lo que estaba pasando realmente no podían arriesgarse a esparcir una noticia que podía terminar en tragedia. Ya se había cansado de escuchar el lamento de las mujeres que acudían a diario a preguntar qué había pasado con sus maridos.

Asaf descendió de la torre a toda prisa, o tan rápido como sus rodillas se lo permitieron, dirigiéndose directo hacia el puerto real montado en su caballo donde varios de sus hombres preparaban la embarcación. Habían elegido un barco pequeño, modesto, para evitar llamar la atención de los curiosos que pudieran verlos adentrándose en altamar. A esa hora de la tarde los primeros mercaderes comenzaban a cerrar y recoger sus tiendas mientras que los primeros pescadores retornaban a sus hogares. Aun habría luz por un par de horas, se dijo. Tiempo suficiente para acercarse al Apolonia y resolver todo aquel asunto de una vez por todas.

El Alzamiento De Las SombrasWhere stories live. Discover now