002 l Cupido endulza la vida

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Sábado, 16 de febrero

Los grandes ojos de Kye estaban fijos sobre el pelirrosa que apretaba con fuerza sus sienes, parecía que tenía un dolor de cabeza. El brujo no pudo aguantar más el aire que contenía en sus pulmones para evitar reír, así que empezó a mofarse, ganándose una mirada desdeñosa de la deidad.

—¿Por qué parece que me quieres matar? —preguntó Kye, acercándose con un vaso de agua.

—Te estás riendo de mis desgracias, ¿qué quieres que haga? ¿Te aplaudo? —sugirió con un poco de veneno dentro de sus palabras con sus cejas rectas.

—Es que estuviste tan cerca, pero tan cerca. —Señaló un estrecho espacio entre su dedo índice y pulgar—. Si te hubieras movido rápido.

—Pues si me hubieras dicho —contratacó, resoplando.

—La magia no es una ciencia exacta —informó, dejándose caer a un lado de la deidad—. Hay muchos factores que la cambian. Es como... —Inclinó un poco su cabeza en busca de una respuesta simple—... La venta del pescado.

—¿Un pescado? —Arrugó el entrecejo con confusión.

—Sí, tal vez el día este soleado, y las personas se les antoje, aparentemente todo está a favor de tener una gran venta. Pero, tal vez un helado se les atravesó. En tu caso, fueron las carcajadas la que alteraron tu destino —explicó con lentitud.

El olor a pescado inundaba el departamento del hombre, había unas cervezas de lata por el suelo.

—Ahora tengo que romper el hechizo, ¿verdad? —Cupido mordió el interior de su mejilla—. Y ahora soy un simple mortal, ni siquiera me dejaron conservar mis alas —chilló irritado.

—Bienvenido al mundo de los mortales, donde cada quien se debe de rascar con sus propias uñas —mofó Kye, alzando el vaso al aire con ironía, imitando un brindis.

—¿Y tú? ¿No utilizas tu magia para una mejor vida?

—Ojalá, si fuera tan sencillo como lo es para ustedes no estaría en este cuchitril de mala muerte. Con el paso de los años, nos hemos ido adaptando más a la sociedad humana, un montón de charlatanes haciéndose llamar brujos, y por ende, creando una pésima reputación a nosotros. Por lo que, al final uno va perdiendo su magia. Te apuesto a que existe una abismal diferencia entre Oliver, el brujo que convirtió tus flechas a lo que soy yo —narró con su mirada perdida, recargando sus codos sobre sus rodillas.

—Pero creo que dentro de lo que cabe, ayer hiciste un excelente trabajo —aduló Cupido reconfortante.

—Tengo años practicando un tonto hechizo de ubicación.

—Lo lograste, no creo que te haya tomado tanto tiempo, porque no luces tan mayor...

—Tengo veintiséis años y trabajo en como una botarga de un pescado, ¡la vida vaya que apesta! —Tocó la escaza barba de unos días sobre el mentón.

—Eres muy joven, Kye.

—A comparación tuya, no lo dudes ¿Qué es lo que vas a hacer ahora?

—Tengo que deshechizar a ese hombre y mi deuda con el Olimpo será saldada —replicó no tan firme de sus propias palabras.

—¿Estás seguro siquiera que estas dos personas se conocen?

—No, no se conocen. Por lo que el hechizo es mucho más fuerte de lo que había esperado.

—Al menos sabes donde trabaja la mujer, no creo que vaya a complicarse mucho. Lo único que tienes que hacer es que el hombre ropa por voluntad propia el cupón para devolverlo a sus cinco sentidos. —Aplaudió con efusividad, aunque del dicho al hecho había una diferencia.

El cupón de Cupido  [CD #1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora