009 l Votos de amor

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Sábado, 22 de febrero

El día no estaba tan saturado, pero aun así Ginger seguía sintiendo una ligera espina dentro de su pecho que todavía no la dejaba tranquila, pasó la noche en vela, sintiéndose la peor persona en el universo. Había vivido una infidelidad en el pasado, y se rehusaba a ser la causante de un dolor similar a alguien más.

Un chasqueó de dedos la sacó de sus pensamientos, parpadeó para fingir una sonrisa a los clientes. Ellos pidieron su orden y ella fue a la cocina para que su inquilino lo preparara. No tardó mucho tiempo en poner las cosas en una bandeja, salir y dársela a la humana.

—Te veo muy cansada —masculló Cupido con un tono de preocupación, extendió su brazo hasta apretar el hombro de la chica.

—Lo estoy, la verdad no alcancé a dormir mucho la noche —replicó—. Al menos ya estamos a punto de cerrar —bostezó con pereza.

Sus piernas no eran muy obedientes, al menos alcanzaba a arrastrar los pies, sujetó con fuerza con el pedido. Regaló una falsa sonrisa, revisando la hora marcada en el reloj de su muñeca. Solo faltaba treinta minutos, y podría cerrarlo.

Había sido una semana larga.

No obstante, el tiempo era ser eterno. Se sentó en una mesa vacía, apoyando su antebrazo en ella y poniendo su mentón encima. Cerró los ojos unos minutos, haciendo una nota mental si tenían todas los insumos primarios debía llamar a los proveedores. Le parecía que faltaba algunos tipos de leche y un costal de harina. Pero, podría ir al supermercado.

Lo único que quería era dormir al menos doce horas.

La alarma de su reloj la despertó, la cafetería estaba vacío, y Mishka se encontraba trapeando el lugar. Todas las sillas estaban sobre la mesa, a excepción de la de ella. Se limpió el hilo de baba en la comisura de los labios.

—¿Por qué no me despertaste, Mish? —masculló, levantándose y sacudiendo su pantalón flojo.

—No te preocupes, Gin. Ya estoy terminando de arreglar, si quieres sube para la casa. Creo que Sarah ha hecho una cena exquisita. —Animó con las manos, señalando la salida.

¿Por qué no? Ella esbozó una sonrisa, agradeciendo la acción sin parar de repetir hasta que estuvo en el pasillo, subiendo las escaleras. Cuando subió hasta el último peldaño, escuchó el canto de Beny, que acompañaba a la dulce voz de Sarah. Pasó el dedo por sus mejillas, esperando que el maquillaje todavía estuviera cubriendo los pequeños golpes que salieron el día anterior.

—Hola, abuelita —saludó Ginger con una sonrisa plasmada en su rostro.

Posó sus ojos sobre el área de Beny, estaba un poco sucio. Así que fue a la lavandería, tomando las herramientas para limpiar la zona. Sarah se arrugó la nariz al ver a su nieta inclinarse encima de sus rodillas.

—¿Qué está mal? —preguntó con firmeza Sarah, colocando sus manos sobre sus caderas.

—Nada.

—Limpias cuando algo te preocupa.

—No, es que se siente extraño, porque nuestro inquilino se quedó limpiando. En mi rutina necesito terminar de limpiar algo —improvisó Ginger.

—Bien —replicó sin estar muy convencida de sus respuestas, sacudió la mano, restándole importancia—. Pero, ahorita no vayas a limpiar la mierda de Beny, vente a sentar en la mesa, y esperamos al chico para que no venga a acompañar.

Ginger retiró los guantes de hule, dejándolos en el piso. Dio varios pasos hasta llegar a la cocina, enjugó las manos en el chorro de agua. El aroma a pescado llegó a sus fosas nasales. Ella le ayudó a servir los platos con las guarniciones.

El cupón de Cupido  [CD #1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora