IV

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—¿Qué estoy haciendo aquí? —escuché a la mujer de azul llamativo en el asiento a un lado del mío—. A miles de kilómetros de Westminster y de la realidad, perdiendo tiempo preciado en...

—Un evento absurdo que obviamente, solo entretiene a la gente local y ordinaria con poco buen gusto —terminé la oración sentándome a su lado con una sonrisa.

—Sí.

La gente vitoreaba con emoción hacia un lanzador de cáber, deporte el cual estaba lejos de entender, ¿qué emoción había en ver a un hombre lanzando un gran y alto poste de luz algunos metros alejado de él mismo?

—Me cuesta encontrarle cualidades a favor a esta gente. No son sofisticados, cultos, elegantes, ni representan un ideal. Son...

—¿Toscos, esnobs y maleducados? —ahora fue su acompañante quien la secundó.

—Sí, DT. Como los matones condescendientes de mi propio gabinete —se giró hacia mi explicando—. Todos miembros de cierta clase, como verás.

—Esa clase, ¿es la clase alta? ¿O solo los monarcas?

—Me atrevería a decir que cualquier monarca bien parecido. La realeza no es más que gente ordinaria sin modales ni respeto hacia los demás, sus títulos solo son cimientos que los alzan a lo alto de las expectativas para ocultar quien son en realidad.

—Me parece algo sensato viniendo de alguien que está fuera de la realeza, pero a su vez ha comprobado con sus propios ojos las verdades que los títulos esconden, señora...

—Tatcher, Margaret Tatcher —aceptó mi mano presentándose con expresión neutra—. Un gusto.

—Lucile Valois-d'Orleans. Francesa —expliqué mi apellido—. Pasé la mayoría de mi infancia en Reino Unido, por lo que cuento con un buen acento, como podrá ver.

—Estoy de acuerdo, tiene un muy buen acento como para ser francesa.

—Gracias.

Los miembros de la familia real británica regresaron de nuevo a sus lugares, los tres nos levantamos e hicimos una reverencia frente a ellos, Margaret Tatcher inclinándose más de lo debido. Quedaba claro que entre más respeto demostrabas ante ellos para ser aceptado, más hipócrita eras a sus espaldas.

—¿Qué haces aquí? —Charles me preguntó sorprendido y tal vez un poco molesto.

—Tú abuela me ha invitado —señalé a la reina madre quien nos veía con satisfacción—. Me disculpo por no avisar antes, ha sido de total imprevisto.

Tan solo asintió y volvió a sentarse a un lado de su madre para comenzar una plática amena sobre el evento atlético frente a nosotros.

Sentí la mirada curiosa de los Tatcher sobre mi, pero no se atrevieron a comentar nada al respecto.

—Su alteza —Michael, el secretario de la reina se acercó con cautela—. Tiene una llamada del palacio de Versalles. Su tía, la duquesa d'Orleans, solicita hablar con usted.

—Gracias, Michael —hizo una corta reverencia y se retiró—. Tengo que irme.

La pareja a mi lado se veía sorprendida y apenada por descubrir mi título, más lo dejé pasar, ni siquiera sabían todo lo que conllevaba ser parte de la monarquía.

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