VII

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Estaba siguiendo a un trabajador del castillo enfundado en uniforme rojo quien cargaba con mucha facilidad la única maleta de viaje que llevaba conmigo con todo lo necesario para la semana entera que pasé en el lugar vacacional de la familia real británica.

Por la ventana pude divisar a Charles de espaldas al palacio mientras asentía hacia una un poco tímida Diana Spencer, por lo previsto estaba a punto de irse de regreso a Londres al parecer a su apartamento compartido.

—¿Regresarás a Francia? —preguntó con tranquilidad acercándose a las escaleras.

—Aún queda tiempo para irme —bajé los últimos escalones y me incliné hacia él—. ¿Qué tal ha estado la candidata?

—Oh, Dios, se escucha como un concurso. No lo es.

—Viajaste por casi todo Inglaterra para pasar cierto tiempo con seleccionadas mujeres —asentí hacia el hombre de servicio y éste se marchó para guardar mis pertenencias—. Me parece un gran juego de selección, como un juego de citas a ciegas.

—No he salido con todas las mujeres de Inglaterra... —comentó comenzando a caminar hacia el jardín trasero—, aún no he salido contigo.

—Eso es porque no soy una mujer de Inglaterra, soy francesa.

—Soy muy versátil —no pude evitar soltar una carcajada llamando la atención de unos cuantos en el lugar.

—Ahora entiendo por qué los más callados son los más peligrosos. Pensé que eras más volátil que versátil, al parecer me equivoqué.

—Me conoces incluso más que mi madre, eso no puede ser cierto —negó sonriendo ladino—. ¿Saldrás conmigo? Mamá siempre dice qué hay que estar abierto a nuevas posibilidades.

—¿Crees tener posibilidad alguna conmigo? —fingí sorprenderme—. Vaya, yo solo estaba siendo amable su alteza.

—Siempre he pensado en ti como una excelente esposa... —después de aquello el aire se sintió un poco denso.

Jamás imaginé que Charles pensara en mi más que como una amiga, y sí, quizá nuestra relación era más sólida y con más confianza que alguna otra que hayamos tenido, pero aún así a veces lograba sorprenderme, él siempre había sido el tímido de los dos, se sentía pésimo inclusive cuando tenía que hablarle a su propia madre cuando era pequeño; los nervios lo carcomían y terminaba trabándose más de la cuenta, por lo que usualmente practicábamos todo lo que diría antes de presentarse. Ahora era todo Mr. Confianza.

—Hay un gran espacio en blanco a un lado de la fotografía nupcial de mi hermano en el castillo —conté intentando aligerar el ambiente—. Creo que esperan llenarla con la foto del día en que me case.

—Con tus expectativas, actitudes y prejuicios, creo que tendrán que ser más que pacientes para llenar tal espacio.

Agradecí que me siguiera la conversación con tal de distraernos un poco, lo empujé de costado; algo que me estaba acostumbrando a hacer y traté de sentirme no tan culpable por ignorar su comentario y fingir como si nunca hubiera pasado.

—Crees que... ¿crees que algún día pueda? Ya sabes, casarme —jugué con los anillos en mis dedos sintiéndome un poco avergonzada—. Jamás he pensado en el matrimonio, pero...

—No está muy lejos de tus posibilidades futuras —complementó suspirando con cansancio—. Es cuestión de encontrar a la persona indicada. Sabía que en algún momento llegaría el día en que tuviera que buscar una esposa, pero tan pronto se hizo realidad me sentí aterrado.

Asentí sin querer bajarlo de la pequeña ensoñación que posiblemente mantenía en su mente mientras veía a la nada.

—Hasta que conocí a Camilla... ella me hizo replantearme todo aquello de lo que estaba en contra, me mostró que quizá no todo el mundo está en mi contra y que finalmente alguien me comprendía.

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