III

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Apenas y conseguí que mi voz saliera sin que se quebrara un poco, habían pasado dos días desde la muerte de Mountbatten. No había cruzado palabra alguna con Charles aún; todo lo había tratado directamente con Mark, Anne y con su padre, quienes me alentaban a buscar a Charles pero siempre obtenía la misma respuesta: "El príncipe de Gales está indispuesto su alteza".

Me encontraba parada detrás de la reina, al lado derecho de Anne y al lado de ésta Mark quienes de vez en cuando me dedicaban furtivas miradas, algunas veces acompañadas de una apenada sonrisa por parte de Mark. Mi tía Christina a mi derecha quién había tomado un vuelo a última hora, y Lucien después de ella.

Charles se levantó de su asiento dirigiéndose hasta el final del largo pasillo, justo al frente del altar y el fúnebre cajón donde el cuerpo de Dickie yacía sin vida, se quedó ahí por unos instantes con la mirada perdida y después continuó caminando hasta el pequeño podium a un lado de todo. Si bien tenida entendido, Charles era el encargado del discurso en honor al fallecido por sus deseos, y que debido a esto; la noche anterior Philipp le había reclamado a su hijo con unas copas encima.

Gracias al cielo existían las mucamas comunicativas, como solía llamarlas mi madre.

—Los que descienden al mar en naves... —dejé de escucharlo y miré a mi alrededor, recordando el día en que Dickie nos había traído a la abadía de Westminster—. Cambia la tempestad en sosiego para que sus olas... se apacigüen. Entonces se alegran, porque las olas se aquietaron. Y así los guía al puerto en el que anhelan estar.

Al finalizar se tomó su tiempo frente al ataúd cubierto con la bandera de Reino Unido, un gorro del ejército y unas cuantas espadas.

El lugar se mantuvo en silencio durante tres largos minutos, guardando respeto por el militar, duque y familiar perdido, a pesar de la quietud podían oírse perfectamente los gritos de los irlandeses residentes en Londres; enardecidos por la ceremonia en nombre de Lord Mountbatten, pidiendo respeto hacia sus caídos.

—He de admitir que esto realmente me ha tomado sin precaución —admitió mi tía al acercarse hacia el duque de Edimburgo.

—Pensábamos que tardaríamos aún unos cuantos años en despedirnos —se abrazaron—. Era como un padre para mi.

—Era parte de la familia de todos. Lucile lo admiraba como a un abuelo.

—Claro, pasaron la mayoría de su infancia en el palacio —asintió recordando—. Debo retirarme, Lucile, Lucien, Christina.

Se despidió con un corto asentimiento para después caminar hacia su secretario privado quien lo esperaba con una expresión preocupada al final del pasillo.

—Christina —la princesa Margaret ahora se acercaba a nosotros con una mirada acusatoria—. Te has dignado a venir, aquí, el día de su funeral.

—¿Habría alguna razón por la que no viniera, Margaret?

Las miré a ambas confundida, jamás había sabido que mi familia tuviera la suficiente confianza con los Windsor después de tantos años apartados de la realeza británica. No había recibido advertencia alguna, simplemente empacaron mis cosas y me halaron con molestia hasta el aeropuerto con destino a París.

—Oh, vamos, no te hagas la santa Thérèse —se burló mirando a su alrededor—. Creo que todos aquí somos conscientes de tu estrecha relación con Dickie.

—No entiendo de qué me estás hablando Margaret.

—Haber sido la amante no te da ningún derecho sobre los bienes Battenberg, ni el ducado o ventaja alguna —se giró hacia nosotros y fingió sorpresa—. Oh, ¿es que no lo sabían?

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