VI

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—Buenos días, su alteza real. 5:30 de la mañana —la misma mujer que me había escuchado en el pasillo abrió las cortinas de la habitación—. Su alteza real, el duque de Edimburgo, solicitó que lo acompañe a acechar ésta mañana.

—No me ha avisado con anticipación —contesté dejándome caer sobre la almohada.

—Ha sido un asunto de último minuto —dijo al pie de la cama con una sonrisa—. ¿Necesita algo?

—Estoy bien.

Me levanté con rapidez yendo directamente hacia la ventana analizando el clima, hice una mueca cuando descubrí varias nubes grises que comenzaban a aglomerarse en el cielo.

Tardé un par de minutos en escoger algún atuendo de exterior en conjunto con sus zapatos, mi abuela me había enseñado a tener la misma prenda repetida pero con minúsculos detalles que las diferenciaban de las anteriores, además de su uso específico. Al terminar salí de la habitación sorprendiéndome de encontrar a la misma mujer fuera de ésta esperándome sonriente.

No fue hasta que llegamos al patio trasero y cochera cuando me llevé una real sorpresa que rebasaba a cualquier otra que haya tenido en la vida.

Diana Spencer estaba a un lado del jeep todo terreno con ropa de exterior esperando por el duque de Edimburgo.

—Diana —saludé hacia ella con un movimiento de cabeza. Podía notar lo incómoda que estaba.

Mademoiselle Lucile —hizo una significativa reverencia y trató de sonreír pero le salió una mueca—. No tenía ni idea de que estaría por aquí.

—Bueno, al parecer el duque de Edimburgo nos ha invitado a ambas a acechar. Me parece más que una coincidencia, ¿a ti no?

—Para nada —negó—. Creo que se le ha olvidado que nos invitó a la par.

Sonreí por su inocencia, si bien, apenas contaba con 18 años recién cumplidos, aún conservaba aquella inocencia de niña rica con padres buenos que a su vez eran estrictos y tenían agendas apretadas.

—¿Listas para acechar? —el duque llegó aplaudiendo con una sonrisa.

—Me temo que nunca he acechado a ningún tipo de animal —Diana bromeó causando que ambos riéramos—. Deberá de enseñarme con detenimiento ya que en ocasiones suelo ser muy torpe, especialmente con las armas.

—Terminando el día serás toda una experta —pasé un brazo por sus hombros reconfortándola—. Su alteza real es muy hábil con las armas, le ayuda a no flaquear su masculinidad frágil.

—Muy graciosa.

Sonreí hacia él por la pequeña humillación que le había hecho pasar frente a la Spencer menor; quien quizá no lo había captado en su totalidad pero de igual manera sonreía como si no lo hubiera atacado en donde más le dolía.

Finalmente subimos al pequeño jeep emprendiendo camino hacia las colinas.

—Me disculpo por hacerlas madrugar —el duque comenzó—, pero tuve mis motivos para invitarte. Hay mucho entusiasmo en la familia.

—Claro, por el ciervo. Todos hablaban de eso anoche —le contestó con sutileza desde el asiento trasero. El príncipe y yo nos volteamos a ver.

Reír un poco por sus ocurrencias no era para nada una opción a descartar.

—No se refiere al ciervo, Di —dije mirando por la ventana sin querer seguirles la conversación.

—Me refiero a ti. Me pareció un buen momento para que nos conociéramos mejor. Decidí invitar a Lucile ya que es la más cercana a tu edad.

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