Capítulo uno: Hasta que mi trasero baile solito.

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01| Hasta que mi trasero baile solito

–Lo siento, Verónica, pero como veníamos sospechando los tratamientos no están funcionando. Ya no hay nada que podamos hacer. –el doctor me brinda una mirada triste junto a una sonrisa cálida que solo provoca que mi estómago se revuelva una vez más. Sabía que esto podría pasar, me lo había dicho algunas citas atrás, pero aún así provoca afectarme.

–¿Cuánto tiempo me queda? –pregunto, después de varios minutos en silencio.

–Un poco más del año si llevas algunos tratamientos menos fuertes del que estas llevando, de hecho, podrías vivir hasta dos años si…

–¿Y si no lo llevo? –mi pregunta sorprende al doctor, pero yo sigo con mi tono neutro y logro sacar una pequeña sonrisa.

–Menos del año, tal vez ocho o diez meses o hasta menos.

Asiento y me quedo en silencio de nuevo.

¿Cuál será la mejor decisión en estos casos? Si tomo los tratamientos viviré un poco más, pero terminare muriendo, al igual de si no lo hago. De cualquier manera, moriré…

–Muchas gracias, doc. Lo pensaré. –me levanto del sillón y le extiendo mi mano para despedirme de él.

–Espero que decida tomar la decisión correcta. –me brinda una pequeña sonrisa que le devuelvo amablemente.

Claro que lo hare, doc, claro que lo hare.

-xxx-


Salgo del hospital, adaptándome al sol rápidamente. Saco mis lentes de sol de mi bolso y me los coloco.

Odiaba los días calurosos. Antes los amaba, antes cuando no tenia que traer una maldita peluca cubriendo mi falta de cabello gracias al tratamiento que llevaba por el cáncer.

Cáncer...

No sabía que había hecho en mi otra vida para ser castigada de tal manera por la vida. Por dios, tenía apenas veinticinco años de edad y ya estaba casi en el borde de mi vida, unos meses mas y por fin podría terminar esta tortura de vida para poder descansar en paz.

No tenía miedo a morir.

Lo sé, suena raro pero deja te explico:

La mayoría de mi familia había muerto por lo mismo, venia en mi genética lastimosamente. Lo que me quedaba después de perder la esperanza de ser una de las pocas que salieron victoriosas de la lucha era la resignación de que moriría. Estaba lista para morir. En serio que lo estaba.

Me meto rápidamente en Gloria, un pequeño Aveo color rojo que me habían regalado en mi cumpleaños número veinticuatro. Era una desgracia que solo lo haya podido disfrutar poco.

Arranco rápidamente y me introduzco a la línea de carros para poder llegar a mi casa rápidamente. En el camino prendo la radio y me dedico a cantar una que otra canción que sonaba para poder despejarme.

Quince minutos después estaciono frente a la pequeña casa donde vivía con mi abuela, mi pequeña hermana Salem y mi padre. No era la gran cosa, a decir verdad, solo era una casa de dos pisos, cuatro habitaciones y con demasiado espacio para poder tener la privacidad necesaria.

Hasta que mi muerte nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora