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Fue una carta.

Se volvieron dos.

Pasaron a ser tres.

Evolucionaron a cuatro.

Siguieron en cinco.

Continuaron en seis.

... finalizaron en unas 27.

Pero Fukuzawa no abrió ninguna, porque sabía el contenido de cada una de ellas. Las estrujaba entre sus manos y luego de chasquear la lengua las guardaba en el lugar más profundo de su escritorio. Donde se olvidaría de ellas, las tiraría como basura y no volvería a verlas.

Salió de su despacho, con la mandíbula tensa, le dolía la cabeza, no quería pensar en nada relacionado con aquel médico. Así que a paso lento, pero pensamientos acelerados salió a la calle. Y allí con el rostro serio que tanto le caracterizaba caminó sin ningún lugar en mente.

Se topó con un perro. Cosa que le hizo fruncir el ceño. Hubiese esperado encontrarse con algún felino.

Pero a continuación se encontró con algo que tenía muchas menos ganas de ver.

- ¡Elise-chan!

La rubia niña se paró frente a él, y con una sonrisa lo rodeó. Como si fuese la primera vez que se encontraban. A la menor le siguió el médico; que con una mueca se acercó a él.

- Fukuzawa - le saludó, fingiendo una sonrisa - tanto tiempo.

No mencionó nada de las cartas.

El susodicho generó un ruido con su garganta. Sin transmitirle ningún mensaje en especial.

Al encontrarse más cerca, se percató de que su hilo se encontraba todo enredado, con partes que parecían a punto de romperse.

Pero él tampoco dijo nada.

-  Yukichi - lo llamó aquella habilidad - yo...

Odiaba escuchar su nombre de aquellos labios. Mori parecía aterrado, por lo que tomo de los hombros a la más baja y rió nervioso.

- Elise-chan, Fukuzawa-dono se encuentra ocupado, sería mejor si nos retiramos para no molestarlo.

El más alto frunció el ceño, nunca había visto al médico actuar así con su habilidad. Mucho menos el intentar huir tan desesperadamente.

- Ōgai... Él... - la menor aún así continuaba, pero no parecía saber cómo.

- Elise - soltó el pelinegro de manera brusca - detente, es hora de irnos.

Tenia sus dedos aferrándose firmemente a la menor, si está hubiese sido humana probablemente estaría llorando.

El médico comenzaba a alejarse.

- nos vemos en otro momento.

Pero no supo porque, no se sintió seguro de aquel saludo.

Parecía una despedida, un final.

- ¿Que? - soltó - oiga, Mori, deténgase.

El contrario no le hizo caso y cruzo la calle.

Sentía una horrorosa sensación al verlo de aquella manera temía el desenlace...

Por Dios había temido a tantas cosas.

Chocó su hombro con un desconocido, le pidió perdón apresuradamente.

Le había temido a su destino. A aquel hombre. A aceptarlo, pero ahora temía que lo abandonará.

- ¡Ōgai! - grito intentando así detenerlo. Logró hacer que se volteara, pero una expresión de terror apareció en su rostro. Al mismo tiempo que algo golpeaba su cabeza.

 Lazos Inevitables - Todo Era Cuestión De AdmitirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora