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Abrió los ojos con vagancia, le dolía la cabeza, la molesta luz del sol le hizo levantarse, ahora se encontraba tendido en el sillón de su oficina.

Se preguntó cuando es que había terminado allí.
Se incorporó en un gruñido y observó una pila de papeles sobre su escritorio, se acercó a ellos, para comenzar a firmarlos y responder a algunos de ellos. 

Alguien tocó la puerta de su oficina.

- adelante.

Se sorprendió al encontrarse con la figura de Rampo entrando con una bandeja.

- sip - mencionó, probablemente afirmando una de sus teorías - le traje té.

Aquella acción si era inesperada, el más bajo usualmente no solía hacer ese tipo de tareas. Así que lo observó con seriedad intentando descubrir cuál era su motivo.

- gracias - respondió lentamente.

  El castaño revisó el escritorio mientras dejaba la taza de té verde.

- veo que hay muchas cartas.

- si...

- ¿no las leíste?

No se refería al de aquellas personas importantes.

Levantó la vista y frunció el ceño.

- no...

Rampo comenzó a retirarse de allí, lo observaba tranquilo, casi con el cariño de un hijo ante su padre triste.

- ¿irás? - no parecía dudar de la respuesta, tan solo se encontraba haciéndole caer en cuenta de lo que estaba ocurriendo.

No esperó una respuesta, tan solo cerró la puerta lentamente, mientras el contrario comenzaba a abrir cajones desesperadamente, buscando las cartas que había guardado en lo más profundo de este. Había deseado no verlas, ahora anhelaba poder hacerlo.

Sacó todas las cartas y las posó sobre la mesa, las fue abriendo una por una.

Todos eran dibujos de Elise-chan, quienes lo retrataban a él, enojado, serio, distante, alejándose de la hoja en blanco.

Luego eran dibujos de Mori que lo observaba, era una extraña expresión. Era una mezcla de dolor, angustia y amor.

Un hilo rojo siempre aparecía en el meñique de ambos, pero el de Mori, había empezado a acortarse a medida que los días pasaban, quedando colgando, solo.

Apretó la mandíbula para luego salir corriendo hacia el edificio de la Port-Mafia.

Un pelinegro se encontraba fuera de la puerta, de brazos cruzados y ceño fruncido, realizó una extraña mueca al verlo acercarse, lo recordaba enfrentándose con Atsushi-kun. Pero luego de tocar su oído y mencionar un par de palabras en voz baja, lo dejo pasar, inclusive guiándolo por el edificio. Lo llevo hasta un ascensor y allí tecleó el botón más alto, para luego ingresar un código.

Inclinó su cabeza como símbolo de respeto antes de que la puerta se cerrará entre ellos.

El ascensor era horriblemente lento, sin ningún otro ruido que cuando subía de número en número. Comenzó a impacientarse demasiado; se aferraba al filo de su espada, haciendo su palma sangrar.

La puerta finalmente se abrió, y salió de allí apresuradamente, (por no decir desesperadamente) y siguió por primer vez a voluntad propia el hilo que los conectaba, llegó a la última puerta del pasillo. Un hombre bajo y pelirrojo se encontraba allí, parecía extrañamente dolido.

Escuchaba extraños sonidos del otro lado.

- estoy debatiendo contra mí mismo, si dejarlo pasar o romperle la cara - admitió cuando se encontraron frente a frente - pero ustedes son extrañamente similares - soltó para finalmente permitirle ingresar a aquella habitación.

Era amplia, con grandes ventanales, una alfombra en el medio y el escritorio del jefe al final.

El sonido que había escuchado afuera, eran gritos y llantos de Elise. Quien se encontraba aferrada al brazo de Mori intentando detener su accionar.

Era una escena que nunca se hubiese esperado ver.

La rubia se volteó a verle y con los ojos llenos de lágrimas gritó.

- ¡Yukichi!, Por favor - la niña parecía haber tomado forma de uno de los sentimientos más profundos del pelinegro - ¡detenlo!, ¡Yukichi! - rogó - ¡no quiero!,¡no quiero que termine así!

No comprendía, se acercó a ellos corriendo.

- ¿Ōgai? - murmuró con terror al ver el objeto que tenía en sus manos.

El pelinegro se tensó.

- bienvenido Fukuzawa - parecía recién caer en cuenta de su persona, tenía una sonrisa fingida, como siempre.

Su hilo se retorcía en la extraña tijera negra que poseía el más bajo.

- ¿Que es eso?

El contrario observó el objeto, como si no supiese que es lo que tenía.

- el hilo rojo del destino puede enredarse y estirarse, pero nunca romperse...

Recitó lo mismo que en aquel sueño, si es que eso había sido, ya no sabía lo que era un sueño o lo que era real.

- al menos que se tenga el arma adecuada.

Había solo un tipo de objeto capaz de destruir el destino. Las mismas que lo habían creado.

  Aquellas tijeras eran parte de aquella creación, por más contradictorio que sonase. Pero así era.

Su cuerpo entero se tensó, no podía creerlo. Lo que temía p PP se encontraba frente a sus ojos. No tener ningún tipo de conección con aquella persona, todo por culpa de sus miedos.

- Ōgai, detente.

- ¿por qué? - soltó frío, la niña gritó desesperada - tu no crees en estas cosas, tal vez si corto el maldito hilo, estás asquerosas emociones se vayan con él.

Elise seguía llorando.

Había muchos otros dibujos en el suelo, eran todos de ellos dos, ninguno retrataban un final feliz.

- porque no es así - murmuró - yo... Yo si quiero este lazo, yo si creo en este destino.

Ahora también los ojos del doctor comenzaban a llenarse de lágrimas, negó con la cabeza.

- por Dios Yukichi - soltó - deja de ser tan bueno con todos. Tu exceso de amabilidad me mata.

- yo nunca fui amable contigo, por más que lo merecieras.

Una risa seca contradijo el llanto de la niña.

- no creo que eso sea cierto.

Apretó los puños y se acercó lentamente a él, no sabía cómo arreglar todo aquello que había roto por años.

- entonces se tu amable conmigo - su voz le falló - compadecete de mí y no cortes ese hilo. No separes nuestras vidas, no dividas nuestro destino.

- tal vez nuestro destino nunca estuvo junto - murmuró él doctor. Para luego sonreírle.

Apartó el cuerpo de la niña bruscamente, deseando evitar así su accionar. Pero no llego a tiempo, cinco segundos, cinco malditos segundos de diferencia lo cambiaron todo. 

El hilo de su dedo cayó colgando al suelo, ya no se encontraba unido al del doctor.

Su propio grito de agonía se sumó al llanto de la niña.

 Lazos Inevitables - Todo Era Cuestión De AdmitirWhere stories live. Discover now