11. Cálidos brazos.

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Ahí se encontraban los dos, abrazándose, aferrándose a ese sentimiento tan profundo que les costaba exteriorizar. Sus yos más primitivos sabían lo que querían, pero sus mentes se mantenían estoicas ante tal sentimiento. 

Los brazos del omega seguían aferrándose a su pecho. Era incapaz de poder visualizar lo que el contrario estaba pensando por el propio turbio mar de su cabeza, ¿serían diferentes las cosas a partir de ese momento? Suponía que sí, por supuesto que sí. Ambos habían dejado en claro sus objetivos y ninguno estaba dispuesto a ceder. Uno buscaba la libertad y un hogar por encima de todas las cosas, y el otro buscaba aferrarse a su fallecido amor para siempre. Una vez que su vínculo fuera deshecho, sus caminos se separarían. Frunció sus labios ante el amargo pensamiento de alejarse de él. ¿Qué era lo que estaba sintiendo?

No. 

No podía permitirse el descubrirlo.

No podía.

Eric le había contado tantos detalles sobre su pasado, sobre Alice, sobre el cachorro que esperaban juntos... Se le hacía extraño el saber sobre ellos. La loba fue una persona que había conseguido llegar a lo más profundo del alfa, tanto que aún después de su muerte él la seguía amando con muchísima fuerza después de tantos años...

Y él... Él solo era el estorbo con el que debía lidiar.

No era nada.

Aiden levantó la mirada, clavando sus grandes orbes violetas en los dorados, y tensó los brazos que tocaban el desnudo pecho del lobo, rozando la dolorosa cicatriz que se elevaba sobre su piel. Inmediatamente miró hacia esta. Sentía arrepentimiento por esos roces que había disfrutado de él, sentía arrepentimiento por ese beso furtivo en la cueva. Le había dolido tanto... Sentía arrepentimiento por sentirse tan irremediablemente atraído por él.

Eric lo observaba con detenimiento mientras el omega recogía el valor que mostró hacía unos minutos para poder hablar de nuevo con él. Esa conversación había marcado un antes y un después. Ambos tenían un pasado, ambos habían perdido a sus familias...

Ahora tenían constancia de lo que cada uno había vivido hasta encontrarse en el presente, ya no eran unos simples desconocidos. 

Arrugó sus cejas y frunció los labios. La culpa lo estaba matando.

—Yo... Lo siento mucho... Lo que pasó ayer... No era consciente de lo mucho que te dañaba al hacerlo. A pesar de ver tu tristeza, decidí ceder a mis impulsos y yo... Acabé lastimándote mucho. Lo siento... 

El ciervo habló separándose y marcando nueva distancia. El dolor en su rostro al decir eso provocó preocupación en el lobo y quiso consolarle, pero al recordar ese leve contacto con sus labios, titubeó.

Era difícil controlar el rechazo, pero debía contenerlo para evitar dañarlo más. Finalmente, sonrió con suavidad, y acarició su cabello, encontrando ese mechón indomable que se escapaba siempre quedando en medio de su rostro. Lo posicionó detrás de su oreja, pudiendo ver con claridad esos ojos cristalinos. Cada vez que lo hacía las mejillas del omega se enrojecían.

Sus dedos picaban por el ansia de su toque.

—No necesitas disculparte. Fui yo quien llevó todo a esa situación, ¿de acuerdo? No tienes porqué hacerte cargo de lo que yo sienta, eso es responsabilidad mía.— sin darse cuenta cedió a su deseo, y rozó en una caricia la superficie de sus rojizas mejillas —. Hablando de ese momento, ¿te sigue doliendo la marca?— preguntó, esta vez, tratando de pasar sus dedos por su nuca y cambiar de tema.

Aiden interceptó sus dedos antes de que si quiera pudieran tocar su piel. El ciervo mordió su labio inferior con algo de angustia. 

—No... Ya no me duele.— dijo decaído apartándolos lentamente —. Eric, ¿tú me odias?

Tu Dulce AromaWhere stories live. Discover now