19. Encuentro.

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El sol se ocultaba detrás de las colinas, tiñendo el horizonte, y mientras todos admiraban su belleza, Eric observaba ese cielo pintado de cálidos colores con apatía.

Nunca antes había visto un atardecer tan... Asfixiante...

Los tonos naranjas y rosados se mezclaban con matices grises violáceos, dándole a todo un aspecto melancólico y triste. Incluso las mismas sombras de los inmensos árboles participaban en esa extraña estampa, viéndose alargadas y distorsionadas. Estas se extendían como barrotes de acero hacia el lugar donde se dirigían, encerrando ese sentimiento que se fundía con la inquietante quietud del paisaje.

Siguieron caminando hasta que en lo más profundo del bosque, justo en un claro escondido, se erguía la solitaria cabaña de madera que habían conseguido sonsacarle a la aterrorizada beta. Estaban cerca de un lago, lo que les facilitaba esconder sus apestosos aromas.

El aspecto de la cabaña era deplorable, sucio y descuidado. El paso implacable del tiempo y la falta de cuidado habían dejado huellas visibles en su estructura... Las tablas de madera estaban descoloridas y desgastadas, algunas de ellas rotas. También, algunas áreas presentaban parches improvisados, intentos fallidos de arreglar esas zonas para proteger la cabaña de la naturaleza exterior. Además, tenía todas las ventanas tapadas, impidiendo que cualquier tipo de luz entrara en su interior.

Los cinco rebeldes se encontraban frente a la puerta discutiendo sobre algo, tranquilos, ignorantes a lo que estaba a punto de acontecer.

Kara no tardó en agrupar a sus chicos, mientras se escondían tras la maleza. Debían trazar un plan para asegurar la seguridad de todos, incluso la de los rebeldes. Por lo tanto, necesitaban capturarlos con vida para poder interrogarlos, y saber si habían más grupos como el suyo que pudieran hacer peligrar a la tribu. Después de eso, los llevarían a un juicio que determinaría su castigo.

Eric se había quedado a un lado, sin prestar atención a las palabras de la capitana. Sus feromonas habían comenzado a tornarse ácidas y pesadas, desvelando la profunda ira que se había ido acentuando con cada paso dado. El alfa observaba detenidamente a los rebeldes, analizando cada uno de sus minúsculos movimientos. Eran cuatro alfas, tres hombres y una mujer, y un beta. Estaban concentrados en su conversación, y todos parecían escuchar a la mujer alfa. Todo apuntaba a que ella era la líder, por su porte y las miradas que todos le dedicaban, por lo que tendría que doblegarla a ella primero para que el resto cediera en el momento... Pero, ¿qué importaban las estrategias? Simplemente podía destrozarlos a todos sin miramientos. No parecían suponer un problema para él deshacerse de todos ellos de un solo golpe, parecían débiles. Además, uno de los alfas parecía estar herido, aunque no sabía bien dónde...

Mientras divagaba en sus pensamientos, sus característicos ojos dorados se habían vuelto de un rojo brillante. Estos contenían la sed de sangre que todo su cuerpo emanaba, y junto con su rostro, retorcido en una inquietante expresión seria e impasible, atemorizaba hasta al más valiente de los guerreros de Kara, que mantenían una prudente distancia con él.

Recordaba esa misma escena con los asaltantes de Alice... Riendo y hablando como si sus repugnantes acciones no fueran nada, pero... Esta vez era diferente... Esta vez había llegado tarde, y habían dañado a su compañero.

Su alfa se removió dolorosamente y tuvo que arrodillarse jadeante. Un susurro lo hizo enfocar la mirada al frente, hacia la cabaña.

Está ahí.

Su corazón resonaba con fuerza en su cabeza haciéndole daño.

Está ahí.

Era lo único que su alfa conseguía articular con tanta nitidez que casi era como si le gritara, y era cierto. Ahí dentro estaba Aiden, podía sentirlo, podía olerlo. Estaba ahí.

Tu Dulce AromaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz