CAPÍTULO IX - Limpiar(nos)

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BPOV:
No me entiendo. A veces creo que mi cuerpo está tan acostumbrado a la herida, que busca siempre el dolor. Quizá inconscientemente busco ser lastimada, arrastrada al dolor para poder sentir. Como los pajaritos que han vivido tanto tiempo encerrados, que añoran estamparse con una ventana. O quizá simplemente estoy loca por querer buscarle justificación al dolor que siempre he recibido, por no querer evidenciar la maldad de los demás que es mayor a mi sentido de cuidado.
O quizá soy masoquista y no lo he descubierto, quizá... quizá por eso mantuve esta conversación con Doña Marcela, quizá por eso le acabo de escupir mis dolores y delirios, los momentos que compartí en la intimidad con el hombre que ella esperaba casarse, así como ella me contó lo que él sufrió para intentar olvidar mis besos. O tal vez este es el sexto sentido femenino, el del dolor constante y arrasador. Quizá por eso ella le aguanto las infidelidades y en este momento ella me está pidiendo que la lastime, para dejar que se le haga la costra y esta herida termine de sanar. No lo sé, la feminidad y el corazón son extraños y tenerlos juntos, es agotador.

--Mire, Beatriz, ahora viene de nuevo algo duro para mí-- dijo haciendo ademán al mesero para que viniera a llenar las copas-- yo no me puedo poner en plan de víctima de todo este sucio juego que todos hicieron, porque no es así.--

--¿Qué quiere decir con eso, Doña Marcela?-- inquirí angustiada, sentí que de pronto estaba de nuevo sumergida en el engaño, temía que con todos esos tragos encima pudiera confesarme que lo que me contó sobre Don Armando en mi ausencia, hubiera sido mentira.

--Que yo también fui verdugo, Beatriz, yo también los tuve bajo mi yugo. A usted con humillaciones, a Armando con celos desmesurados, pero justificados. Yo los arrastre a mi sufrimiento y eso no está bien-- dijo suspirando de tanto en tanto

--Se podría decir que estamos a mano-- dije casi susurrando, aliviada por haberme equivocado en mi pensamiento anterior

--No, Beatriz, no estamos a mano. Porque cuando usted se fue, yo me aproveché, yo abuse totalmente de su ausencia, de su silencio.-- hizo una pausa que me dio nauseas-- yo hice cosas que no estaban bien-- dijo comenzando a llorar

No sé de dónde me salió la valentía de tomarle la mano, cosa que nos sorprendió a ambas.

--Sea, lo que sea, está bien, ya pasó y eso no lo podemos cambiar, Doña Marcela. Yo entiendo que a veces nos dejamos cegar por el enojo-- dije y no había ninguna mentira en ello.

--Sabe, ahora apenas me voy dando cuenta de que usted no es tan mosca muerta como pensaba-- y soltó una pequeña risa-- usted auténticamente es inocente... bueno, no tanto, por lo que vivió con Armando

--Y usted tampoco es tan despota y arrogante como pensaba-- reímos ambas ante mi comentario.

--Como le decía, yo abuse de la situación en que usted no quería hablar con Armando por estar herida y el no la encontraba. Yo estaba dolida por saber que el la amaba, no concebía la idea de que fuera usted la mujer que lo tenía así... y entonces yo... yo le dije muchas cosas a Armando, intente ponerlo en su contra, ensuciar su imagen.-- dijo doña Marcela sinceramente arrepentida.

Me sorprendió, era algo que ella haría, pero después de la conversación que tuvimos en la oficina, deje de pensarlo.

--Y...¿Q-Qué fue lo que le dijo de mí?-- inquirí, abrumada por la infinita posibilidad de cosas que le pudo decir.

--Pues... lo obvio, Beatriz, que usted se iba a quedar con la empresa, que él había sido un imbécil al confiar en usted, que desde el principio se quería quedar con nuestro patrimonio... y que... que usted me había entregado la carta y los detalles a propósito-- dijo agachando la cabeza.

--Pero eso no fue así...-- dije, pero me arrepentí porque era obvio.

--Yo sé y aunque en su momento pensé que eso merecía usted, que usted tenía que estar lejos y no volverlo a ver, no me fijé que él sufría, que lo estaba acabando con mis mentiras.--

--Y él fue a mi casa a gritar que me había robado la empresa...-- dije con un tono triste, pero molesto.

--Pero eso fue después de que todo el mundo me siguió en mis ideas, porque él al principio y casi todo el tiempo lo negó, la defendía como una fiera, Beatriz.--

--¿Cómo así?-- pregunté para buscar detalles y llenar un poquitico las grietas de todo esto

--Pues sí, Mario y yo le decíamos que usted era una aprovechada, que se iba a fugar con el dinero, pero él se se taba pacientemente a esperarla mientras bebía... demasiado confiado y con el firme lema de "Betty, mi Betty no es así"-- antes de citar sus palabras, empezó a llorar más fuerte.

Suspiré, me acomodé en mi asiento, le tomé la mano y comencé a ejercer pequeñas presiones para confortarla.

--Doña Marcela, a pesar de que pienso que no fue correcto, lo entiendo. Entiendo que estaba herida, que yo la herí y usted buscaba alejarme de él porque lo amaba...--

--Lo amo...- dijo entre sollozos.

Suspiré nuevamente, ignorando lo que acababa de decirme.

--pero la perdono, a pesar de todo lo que hizo, la disculpo. También quiero que usted me perdone por haberla hecho sufrir tanto, por haberla martirizado-- le dije mirándola a los ojos y ella asintió.

--Bueno, Beatriz, no le quito más su tiempo, eso era todo lo que yo quería decirle. Muchas gracias por aceptar hablar conmigo. Le diría que le deseo suerte con él, pero le estaría mintiendo.-- hizo señas al mesero y se comenzó a levantar-- solo espero que usted tenga mucha paciencia, porque ahora va a ternera que vivir en carne propia el ser la mujer de Armando.

Se paró y se fue, dejándome confundida, parecía que lo último que le dije, le entro por una oreja y le salió por la otra. No puedo creer que a pesar de estar tan vulnerable, no deje de ser venenosa.

¿A caso me quería dar a entender que me preparara para las infidelidades?, ¿para sus llegadas tarde?, ¿para que la gente me llene los oídos de cosas que lo vieron hacer?

Armando, mi Armando no es así.

Salí de Le noir rumbo a mi casa, aturdida por la pésima combinación de tanto vino y sus palabras. Las luces estaban apagadas, me extrañó que no me estuviera esperando mi papá con su mantita y reloj en mano, pero también suspiré aliviada.

Me cambie para dormir, dejé listo mi traje sastre que me pondría al día siguiente, con la esperanza de que doña Marcela no sé me apareciera con reproches en mis sueños.

Locura Mía (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora