CAPÍTULO X - Recibir(nos)

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APOV:
Si me sincero, me ha parecido un sueño estas dos ultimas semanas, tener a Beatriz cerquitica, poder acariciarla, mirarla y hacerla sonrojar. Poder ver los movimientos sutiles de sus sensuales, largas y divinas piernas. Ver sus jugueteos con el bolígrafo cuando una cuenta le resulta complicada o verla mover sus preciosos labios a modo de puchero cuando no hacen algo que ella quiere.

Me tiene totalmente cautivado, a niveles que no sabía que eran existentes. Me he llegado incluso a cuestionar si será verdad que la brujería existe. Ante estos pensamientos tan bobos, la llamó "mi brujer", una bruja morenaza que amenaza todo el tiempo con lanzarme al delirio y que constantemente se pasea por mi pensamiento sin ropa.

¿Y como es posible, Mendoza, que esta mujer divina, deliciosa se pasee en su pensamiento sin ropa, si usted jamás la ha visto a la luz? Con un mapa mental de su cinturita menuda que abarca un solo brazo mío, con la sensación de su piecito acariciando mi piel a su alcance mientras hacemos sobrecama. Con esa sensación divina, divina de una piel erizada bajo mis dedos. Acentuados, claramente por gemiditos y pequeños jadeos apenados al oído.

Me tiene mal, me tiene babeando por un cuerpo que no he visto, pero que me tiene en vela todas las noches y los días me pone como un tigre al acecho.

Que... bueno, digamos que desde que estuve con Mi Betty, ya no soy El tigre de Bogotá, ahora sin duda soy El gatito coqueto de la Doctora Pinzon.

Me siento abusivo, aprovechado por llevarle tantos años, pero es cierto que me vuelve a la vida, a la vida que ahora sé que sólo quiero compartir con ella. Me llena de ternura los besitos furtivos en el ascensor, en la sala de su casa mientras su papá no nos mira. Me encanta besarla frente a sus amigas y que se ponga rojita, rojita como tomate. Acariciarle la pierna mientras ella se trata de concentrar con Nicolás en los balances. Pero ciertamente me desquicia que no me quiera agarrar la mano en lugares con gente que no nos conoce, que no me deje presentarla como mi mujer, como la señorita que me tiene domadito. Yo quiero casi cargarmela en los hombros y gritar a todo mundo que es mi dueña.
Pero la entiendo, yo quiero que ella sea conocida oficialmente como mi mujer, no como la comidilla de la prensa rosa diciendo que fue la causante de mi rompimiento con Marcela o cosas peores. Quiero darle su lugar y si esa es penitencia por mis pecados, nada puedo hacer.

Quiero morirme en su piel, quiero beber de sus labios la miel de su amor. Quiero mirarla bañarse, mientras limpia esa pielecita canela tan preciosa, quiero poder compartir lo incompartible con ella.

Tanto pensamiento estupido no me deja terminar de alistarme para salir por ella a su casa, hacer el desayuno de rigor como "los noviecitos jovencitos prístinos" que somos ante la mirada inquisidora de Don Hermes que le molesta que incluso le acaricie la mano que un buen día de estos, va a tener su anillo de compromiso... hay si supiera Don Hermes todo lo que le he acariciado...

BPOV:

Todos los días despierto con la piel erizada, con la mente volando y con un largo suspiro que alcanza a rememorar dos noches que me llevaron a lo mejor de mi placer y al peor dolor de traicion. Y mentiría si dijera que cuando mi mente estaba aturdida de dolor, mi piel no añoraba sus manos recorriéndome.

Su sonrisa por la mañana, tan tierna y encantadora me hace sentirme culpable ante este deseo inusitado, pero después, por debajo de la mesa de sala de juntas, sus dedos sobre mis rodillas me aseguran que ambos estamos guardando un deseo enorme, tan grande que quizá, si volvemos a hacer el amor, nuestro corazón se detendrá por no poder soportar tanto.

Siempre deseo a Armando, lo deseo como todo lo que no soy, así como no puedo sentir lo que él siente, ni acercarme a lo que piensa, entonces deseo que me posea, a manera de conectarme con todo lo que él es y yo no.

Yo percibo nuestro amor como una dualidad, una ternura incapaz de ser expresada con la simplicidad del lenguaje. Más bien una ternura hablada con las manos, con los ojos y en pequeñas succiones de labios.
Pero también tenemos este lado salvaje, quizá enfermo que nos quema la piel, que nos hierve el pensamiento de una pasión que ninguno de los dos conoce el fin, pero ambos guardamos, esperamos el momento indicado para dejarlo salir, mientras hacemos crecer nuestra ternura mutua.

Beatriz Aurora Pinzón, deja de pensar estas cosas, por Dios. Concéntrate, empieza a organizar la junta para mostrar tus resultados de tu colección, deja de pensar en Don Armando... ¡Aysss, Don Armando tan divino..!

Lo que más encantada me tiene, son las palabras bonitas, los poemas, las esquelas que escribe a puño y letra.
Que bueno... entiendo su afán de querer sustituir esas tarjetas de antes, esas boberías de chocolatinas y cositas clandestinas. No ha entendido que lo amo a él, no a lo que me ofrece, me regala o me presenta. Yo amo su presencia, su aroma, su mirada y sus caricias.
Claro que también me tiene hipnotizada con esas notas, cartas y poemas y a todo el mundo lo tiene suspiro tras suspiro con esas rosas, arreglos, ramos y detalles que sustituyeron las chucherías, los llaveros y los furbys.

Esta mañana, por ejemplo. Llegue tarde, con jaqueca y molestísima con Nicolás por tomarse mi jugo. Quise contentarme con un beso de Don Armando, pero llamó mientras me llamaba para decir que no pasaba por mi porque tenía una vuelta al banco y para terminar de irme mal en la mañana, los tacones me estaban matando.
Apenas trece minutos antes de la hora del almuerzo, atraviesan estruendosamente la puerta de presidencia, cosa que estuvo apunto de desbordar mi histeria acumulada y con el enojo en la punta de la lengua y la mirada asesina, mire a Freddy, o bueno, los piececillos de Freddy que llevaban uno precioso ramo de Lirios. Detrás de Freddy, en filita, como hormigas venían las del cuartel.
Lo precioso de las flores y el exquisito aroma que inundó la oficina, de pronto borraron todo resquicio de molestia.
Mientras yo miraba enbobada el ramo, las muchachas peleaban que si era un ramo de novios, de esposos, de pedida de matrimonio, de perdonada de cachos...
pero mis oídos no escuchaban y la notita, esa notita...

"Beatriz, Mi amor, Mi Betty:

No tengas miedo cuando la noche llegue, prenderé todas las estrellas para que alumbren tu noche más triste. No tengas miedo cuando el frío te toque, te cobijare con todas las palabras necesarias para calentar tu corazón. No tengas miedo cuando sientas que te pierdes, tomare tu mano y buscaremos así, el camino que te haga bien en el alma. No tengas miedo cuando estés en la mayor soledad, te acompañaré hasta que la soledad se vaya y estés bien de nuevo. No tengas miedo cuando sientas que te rompes, juntos reconstruiremos tu alma, pieza a pieza y si en el camino alguna pieza se llega a extraviar, tallaré cada uno de los trozos de mi corazón hasta que encajen en el tuyo y una vez más estés completa. No tengas miedo aunque te hundas en el pánico y yo este igual, estaré contigo siempre para poder estar bien conmigo.

Te ama como un loco, Armando Mendoza de Pinzón"

Empecé a llorar desde el mi amor, pero no fue hasta el final que solté un sollozo alto, que las muchachas me pusieron atención, pero nadie dijo nada, porque la puerta de sala de juntas se abrió, ante un divino hombre que se mostraba vulnerable y enamorado. No lo pensé, el pudor se me perdió, no le di tiempo a saludarme cuando ya buscaba sus labios y ponía sus manos en mi cintura, los besaba con desesperacion, con hambre y queriendo demostrarle que mi corazón se hinchaba de amor por él.

La burbujita íntima se hizo presente y el apenas si dio unos pasos adelante, cuando levemente lo empuje a la pared para atraparlo. Varios minutos en los que el desespero de los besos y mis lagrimas iban a la par, hasta que escuchamos la puerta de presidencia abrirse despacio, muy despacio y una a una, las del cuartel salían sin hacer ruido.
No debieron hacer eso, Armando respondiendo a mi cuerpo, a la intimidad que las del cuartel nos dieron, empujó de mi menudo cuerpo, sin batallar, con una simpleza que me dejaba impresionada y suavecito, como un suspiro, nos encerró en mi antigua oficina.

Las del cuartel no nos iban a buscar y quizá, nosotros no nos íbamos a dejar encontrar.

Locura Mía (1)Where stories live. Discover now