02. Helado

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ChanYeol amaba a su sobrino JungWon. 

El día anterior fue su cumpleaños, y él se sentía extremadamente mal al no haber conseguido el videojuego, que si bien no le había prometido, quería regalarle algo que le gustara mucho. Le confesó al niño de a penas ocho años cumplidos que iba a comprarle el juego, pero que por culpa de un chico que se vestía feo no pudo hacerlo, y este solo le dijo que no pasaba nada, que se conformaba con que lo llevara al centro de juegos que estaba a un lado del centro comercial más cercano. 

Por eso mismo ahora estaban camino a ese lugar. Era domingo, y a pesar de que su cumpleaños fue el día anterior, el pequeño estaba tan emocionado. El cielo estaba algo nublado, pero no parecía que llovería, por lo que no llevaron paraguas al salir de casa. 

Ese día estaba vestido con una sudadera negra dos tallas más grande que cubría la mitad de sus muslos, un jean negro algo suelto y unas zapatillas del mismo color, que no se dejaba ver debido a la gorra color gris oscuro que llevaba puesta. Atraían muchas miradas ya que el niño a su lado estaba vestido con colores claros: una chamarra amarilla, jeanes blancos y zapatillas color rojas. 

ChanYeol estaba seguro de que más de una persona habrá pensado que secuestró al niño, incluso una señora se acercó al niño y le preguntó si lo conocía. Intentó con todas sus fuerzas no hablarle mal a la señora, pero terminó diciéndole que deje de ser una persona prejuiciosa, metiche y estúpida. 

—Dijiste una grosería —le regañó el pequeño. 

—Sí, yo puedo decirlas porque soy grande, pero tú no las repitas, ¿De acuerdo? 

—Mami dice que tú tienes un problema de cara... cra... ¿Crater? —el niño no recordaba la palabra, por lo que se trabó un poco cuando intentó explicarle. 

—¿Carácter? 

—¡Sí, eso! —dijo sonriéndole—. Dice que tienes un problema de carácter y que solo sabes decir groserías, ¿No sabes decir otras cosas, tío? 

—No le hagas caso, tu mami es una tonta —respondió, insultando a su hermana mentalmente. 

—No digas groserías sobre mi mami —regañó de nuevo. 

—Pero es verdad —respondió como si fuera lo más obvio. 

—No. Voy a decirle lo que dijiste. 

—Oh, mira, un puesto de helados, ¿Quieres un helado? —preguntó queriendo cambiar de tema. 

Sí, le temía a su hermana mayor. 

Caminaron hacia el puesto de helados atendido por un hombre de edad media, y compraron dos conos: uno de chocolate y otro de vainilla. ChanYeol había elegido el de vainilla, y el pequeño estuvo más que feliz con el de chocolate. 

—Gracias, tío. 

—No hay de que, solo no le digas a tu mami lo que yo te dije sobre ella, ¿De acuerdo? 

—¡Sí! 

Caminaron algunos metros más hasta que llegaron a la entrada del centro de juegos. El pequeño comenzó a saltar emocionado, y el mayor le dijo que dejara de hacerlo porque el helado iba a caerse al suelo si seguía haciéndolo. Cuando iba a tirar de la puerta para ingresar de una vez por todas al centro de juegos, no reaccionó a tiempo, y de un momento a otro, tenía la puerta de vidrio frente a sus narices, y sintió algo frío en su pecho. 

La puerta se había abierto de golpe y había hecho que su pecho quedara completamente manchado de color blanco. Levantó la mirada cuando la persona que estaba saliendo quedó frente a él, y cuando lo reconoció quiso golpearlo. 

—Tú... —dijo juntando con el cono, todo el helado que estaba sobre su pecho. 

—Oh, cielos... —dijo el otro cuando bajó la mirada a su pecho manchado—. Te manchaste ahí. 

—No me digas, ¿En serio? —preguntó sarcástico—. ¿Y de quién diablos crees que es la culpa? 

El rubio miró su pecho nuevamente, luego a la puerta a su lado y luego a su rostro. Abrió la boca para decir algo, pero no salió exactamente una disculpa de sus labios. 

—Ahora hay algo de color en tus trapos negros, de nada —se burló. 

—¿Te estás burlando de mi? ¿Lo hiciste apropósito? —preguntó, apretando los dientes. 

—Claro que no, yo solo salía —respondió inocente. 

—Tío, yo te doy del mío —dijo el pequeño que permanecía a su lado, observando a ambos en silencio hasta ese momento, entregándole su propio helado. 

—No, pequeño, no hace falta —le respondió este—. Solo estamos jugando, mira... 

El helado que había juntado de su pecho, lo llevó hacia el pecho contrario, manchando la sudadera color rosa pastel que el rubio llevaba puesta. 

—¡¿Qué crees que haces?! —preguntó el rubio, apartándose al sentir el frío en su pecho. 

—Ahora estamos mano a mano, no puedes quejarte —respondió sin más, y volteó a ver a su sobrino—. ¿Entramos de una vez, pequeño? 

—Lo mío fue sin querer, ¡Tengo una cita en cinco minutos! —se quejó el rubio sintiendo que iba a llorar en cualquier momento—. ¡Eres un infantil! 

—¿Infantil yo? Solo mira cómo estás vestido —dijo, apuntándole de arriba a abajo. 

El rubio tenía una sudadera color rosa pastel, jeanes blancos y zapatillas violetas con dibujos celestes. Esos no eran tantos colores como la primera vez que lo vio, pero seguían siendo muchos, y muy chillones para su gusto. 

—¡Deja de meterte con mi ropa cuando tú te ves como el maldito satanás! 

—Dijiste una grosería... —dijo el pequeño escondido detrás de su tío, ya que no le gustaba que le gritaran al mayor.

El rubio clavó su mirada en el pequeño, y al verlo un tanto asustado por sus gritos, decidió calmarse para no seguir asustándolo. Llevó una mano a su estómago y suspiró hondo, luego volvió a mirar al más grande de ambos y le apuntó con el dedo índice. 

—Ni te creas que esto se va a quedar así, más te vale no volver a cruzarte conmigo o te vas a arrepentir —amenazó con una mueca de molestia, que en vez de intimidarlo, hasta le causaba ternura. 

No le dio tiempo para responder a ChanYeol, ya que se dio la vuelta y comenzó a caminar a pasos rápidos hasta un puesto de hot dogs que estaba a solo unos metros, y el pelirrojo se quedó unos segundos observándolo solo por simple curiosidad. El rubio saludó al hombre con una pequeña reverencia; se notaba que le decía algo apuntando a su pecho, y luego a una parte de su carrito de hot dogs, para luego buscar en los bolsillos traseros de su pantalón su billetera, y le entregó dinero recibiendo a cambio varias servilletas. 

—Tío, ¿Ese chico es tu amigo? —preguntó el pequeño, apuntando al rubio a lo lejos. 

—No, solo es un chico loco que me crucé una vez —respondió, sin apartar la mirada del rubio a los lejos, que se alejaba limpiando su pecho—. Está mal de la cabeza, así como los locos de las pelis. 

—¿De esos que usan chalecos de fuerza? —preguntó asustado. 

—Sí, chalecos muy coloridos.

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