50

508 59 47
                                    

-¡Tord, ábreme!- gritaba desesperadamente el sujeto con cuencas, golpeando la puerta repetidamente sin respuesta.

Dentro abundaba el silencio, un silencio abrumador que a cualquiera le daría pesar por simplemente estar ahí, mientras que la oscuridad era interrumpida por la leve luz del celular en el suelo.

El sujeto de la sudadera roja yacía en una esquina de la habitación mirando a la nada, con ojos perturbados y cansados.

Los golpes en la puerta eran evidentemente inútiles, simplemente todo a su alrededor era vacío. Entonces, en un momento de distracción, fijo su mirada en aquella amiga suya que nunca lo había abandonado, que amaba pero a la vez le aterraba.

Tomo la pistola, acariciándola como si fuera su único consuelo, deseando que así fuera.

—¡Maldita sea estúpido comunista! ¡Si no abres ahora mismo te mataré en cuanto logré abrir la puerta!— gruñó con desesperación, procediendo a patear la puerta y empujarla utilizando todo su cuerpo.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

Golpe tras golpe fue debilitando a la puerta, hasta que está logro abrirse.

¡Crac!

La puerta se abrió rápidamente, haciendo caer cuadros que estaban en las paredes. Tom visualizo al de rojo e inmediatamente el sonido de sus pasos pesados inundó a la habitación.
Su primer impulso al estar de frente fue tomarlo de su cuello para levantarlo y plantarle cara sin saber porque lo hacía, simplemente sentía que así debería ser y eran los motivos suficientes para hacerlo... o eso pensaba.

—¡¿Por qué no abres la maldita puerta?!— gritó enojado el de azul, lanzando insultos creyendo que molestaría al contrario, pero no importa lo que dijera, Tord no contestaría.

Tom lo miro preocupado, definitivamente había algo malo con él y empezaba a extrañar ser apuntado con un arma.

—¿Tord?

Para su sorpresa, el de rojo lo miro, aliviándolo de alguna manera enfermiza para él mismo. Sacudió su cabeza y miro al contrario buscando una explicación o algo que respondiera sus dudas.

Sin embargo, inesperadamente la risa escapó de los labios del noruego, una risa tortuosa que creó más preguntas sobre las preguntas. Por incomodidad, creyó que era correcto reír con él, así que pronto la sala antes tranquila se llenó de risas que no tenían explicación ni un origen en común.
La cara arrugada de Tom sonreía pero sus ojos reflejaban dudas y más dudas que no sabía si seguía sonriendo o era alguien que parecía tener estreñimiento.

El de rojo comenzó a moverse, llevando lentamente su brazo a su cabeza y cerraba los ojos. Tom sintió que temblaba por lo que detuvo su risa.

—¿Q-Qué pasa?— preguntó inseguro que casi parecía haber olvidado que había estado enojado minutos antes.

Su mirada cayó en la mano del de cuernos e inmediatamente sus cuencas se agrandaron.

—¡¿Qué hac...

¡Clic!

Cerro los ojos con fuerza, cubriéndose la cara con sus manos.

¡Clic! ¡Clic!

—Tch, mierda, el seguro...

Tom reaccionó y derribó al otro, cayendo por encima de él, tomando la pistola y lanzándola lejos de ambos.

—¡¿Qué carajos haces, maldito hijo de puta?!— lleno de una expresión de miedo, tomo por los hombros al contrario y lo balanceo fuertemente buscando explicaciones sin ambigüedades.

Tord abrió y cerró la boca, teniendo una evidente dificultad de expresarse. Al final, desvió la mirada y se centro en aquella puerta ahora destrozada.

—Yo... Ya no quiero vivir, Tom. Estoy cansado, es agotador vivir, lo sabes tan bien como yo.

Tom lo miro perplejo, no por sus palabras, era por su sinceridad. No era la primera, y posiblemente tampoco la última vez, pero jamás dejaría de sorprenderle.

¿A cuántas personas le diría esto? Seguramente a sido el único, pero él al final no tenía nada que ver con el otro...

—Lo sé— respondió con una voz monótona, evitando demostrar una abertura a la empatía.

—Mhm, sé que lo sabes...

Tom esta vez no dijo nada, simplemente lo dejo libre. Le costaba estar cerca del otro sin sentir repulsión, pero a la vez sentirse identificado.

Gruñó por sus adentros, pero olvidó eso y miro nuevamente al de rojo.

—¿Por qué hiciste eso? No soy idiota, dudaste.

El de cuernos lo sabía, pero no quería decirlo, porque si lo hacía eso significaba que sería más real. A veces, simplemente preferiría vivir en una mentira a que admitir la realidad.

—¡No soy paciente, dilo!— desespero el de azul, rascándose la nuca por un mal presentimiento.

Entonces Tord murmuró con dificultad.

—Él murió...

Lo más triste de la soledad es acostumbrarse a vivirla... y no saber realmente los momentos cuando dejaste de hacerlo.



InestableWhere stories live. Discover now