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Eres el ser más estúpido del planeta, Suppasit Jongcheveevat.

Mew arrancó su automóvil a toda velocidad; necesitaba respuestas, había dejado trascurrir demasiado tiempo en la ignorancia. Al llegar a aquella casa donde él y su hermana crecieron, al ser dejado pasar por la vigilancia, hizo derrapar su coche y bajó a toda prisa de este.

¡Padre, madre!—gritó con desesperación mientras se abría paso por las escaleras hacia la habitación de sus progenitores. Al llegar, giró la manija y se adentró sin siquiera pedir permiso.

¿Qué te sucede hijo? Esos no son los modales que tu madre y yo te inculcamos—regañó el señor Alec Jongcheveevat, un poco serio pero en ningún momento molesto mientras ajustaba la bata del pijama y se ponía en pie para encarar a su hijo.

¿Dónde está mamá?—optó por preguntar, ignorando de esa forma lo que su padre le había dicho—Necesito hablar con ustedes, es de suma importancia.

El rostro de Mew era todo un poema, reflejaba una inmensa angustia.

Tu madre está en un viaje de negocios desde la semana pasada ¿Dónde tienes la cabeza, Mew? Recuerda que yo regresé esta tarde y ella lo hará en unos días—tomó asiento en un sofá al costado de la cama—Pero lo que sea que necesites hablar, puedes hacerlo conmigo. Te escucho—dijo a la vez que le indicaba con un gesto que tomara asiento en el sillón frente a él.

Mew hizo caso, a paso lento caminó para llegar al lugar que su progenitor le indicó. Tomó asiento y soltó un suspiro frustrado.

Hace unos meses escuché una conversación por casualidad...—comenzó diciendo a la vez que peinaba sus cabellos y apartaba algunos mechones rebeldes—Mamá y tú hablaban de la enfermedad de Huntington, y necesito que me programes una cita con tu médico... Sé que es hereditaria y aunque no he presentado ningún signo de alerta, necesito conocer si la tengo. Aunque... Ustedes deben saberlo, puesto que se nace con ella...—unas solitarias lagrimas bajaron por el rostro de Mew—No sé por qué ustedes... Ustedes me han mantenido esto en secreto, no entiendo... ¡Era mi derecho saberlo, padre! ¡Y también de Miriam!—alzó la voz. No podía más con esa angustia, deseaba que todo fuera una vil pesadilla, y que al despertar encontrara a Gulf a su lado.  

El señor Alec estaba en un estado de shock, aunque sabía que el sol no puede taparse con un dedo, y era consiente que en algún momento él y su esposa debían decir la verdad, nunca había estado preparado para tal cosa.

Hijo... Yo... Lo siento—bajó la mirada—Pe-pero no tienes que preocuparte por esa maldita enfermedad.

¿Qué clase de broma es esa, padre? —si no estuviera tan preocupado se habría reído—Si bien no he ido con un medico, sé que  por el hecho de ser su hijo, tengo probabilidades de padecerla al igual que mi hermana, porque usted la tiene... al igual que el abuelo. ¿Dice eso porque no la tengo o cuáles son sus razones? Y aunque fuera así, qué hay de mi hermana.—el llanto de Mew se hizo más fuerte—Y usted padre... Usted la tiene, cómo puedo no preocuparme... ¿Y qué hay de mis hijos? Incluso si yo me he salvado, aún existe una probabilidad de que... ¡Dios padre! Usted lo entiende, dígame algo —rogó ante el mutismo de su progenitor.

Mew se había dado cuenta poco después de escuchar sobre la enfermedad, que sus padres pusieron mucho esmero en ocultarlo, pues tanto él como su hermana habían estudiado en el extranjero desde que él tenia quince años de edad y su hermana trece, por lo que es muy seguro que aquello fue cuando su padre comenzó con los síntomas (a los 40 años), así que no podrían haber notado nunca nada extraño en él al estar lejos, además de que que al volver al país ya eran unos adultos independientes. Suppasit llevaba cuatro años en Bangkok, cuando había tomado posesión de los negocios, desde entonces sus progenitores se la pasaban viajando, argumentando que ahora que todo había pasado a manos de sus hijos era tiempo para que ellos disfrutaran. Seguro hacían aquello para no tener que decir nada sobre el padecimiento de su padre, del cual escuchó aquella vez, estaba empeorando.

Ex de verdadWhere stories live. Discover now