Capítulo 23; Buckbeak.

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A Harry le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Ron y Hermione comenzaban a discutir apenas uno le dirigía la palabra al otro. Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido.

Se fijo en las caras de las personas que ya estaban presentes; habían unos pocos Gryffindors, y no fue hasta que escucho la risa burlona de Parkinson que se dio cuenta de que compartían esa clase con Slytherin.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar, cubierto con su abrigo de piel de topo, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies. Malfoy también estaba allí, junto a Hagrid, sonriendo. Harry se preguntaba que es lo que hacia ahí siendo un Ravenclaw.

–¡Vamos, dense prisa!– gritó Hagrid a medida que se aproximaban sus alumnos. –¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección junto a mi asistente!– dijo emocionado, apuntando hacia el rubio, quien saludaba alegre con la mano. –¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, siganme!

Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar una experiencia tan desagradable que nunca podría olvidar. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.

–¡Caminen todos a la cerca!– gritó. –Asegúrense de tener buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros…

–¿De qué modo?– preguntó Pansy Parkinson, parecía bastante nerviosa.

—¿Qué? —dijo Hagrid.

–¿De qué modo abrimos los libros?– repitió Parkinson. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.

–Tenias razón– murmuró hacia Malfoy, quien asintió mientras sacaba de su mochila su propio ejemplar. –¿Nadie ha sido capaz de abrirlo?

La clase entera negó con la cabeza.

–Tienen que acariciarlo– dijo Malfoy, como si fuera lo más obvio del mundo. –Miren…

Tomo el ejemplar y desprendió la cinta que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Malfoy le pasó por el lomo su dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en sus manos.

–¡Vaya!– dijo Parkinson, intentando hacer lo mismo con el de ella. –¡Acariciar esta monstruosidad! ¿Como no se nos ocurrió?

–Yo… yo pensé que les haría gracia– le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.

–¡Lo es!– dijo Malfoy, mirando a Hagrid con una sonrisa. –¡Pero no a todo el mundo le gustan estas cosas, Hagrid!

–Oh, Malfoy– Parkinson se acerco al rubio, y Harry sintió la necesidad de apartarla de su lado. –Creo que tu padre no seria muy feliz si se enterara de estos gustos tan extraños que tienes. Dime, ¿lo esta?

–Cierra la boca, Parkinson– le dijo Harry en voz baja. Malfoy la había ignorado con éxito, pero pudo ver la preocupación con la que Hagrid miraba al rubio.

–Bien, pues– dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo. –Así que… ya tienen los libros y… y… ahora les hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperen un momento…

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