Capítulo 41: Estrellas

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La luna bañaba las calles con el reflejo del sol, pero las luces de la ciudad le hacían competencia, opacándola. Siempre consideré las luces de la ciudad como una maldición, algo que no me deja cazar en paz. Es increíble como el solo hecho de ver algo ya puede protegerlos, sin que siquiera tengan que escapar. Un inhibidor de cacerías. Aunque, en cierta medida, admiro a las especies que cambian de una manera tan simple pero drástica su ambiente. No como Selena, ella considera la Luna como algo romántico. No comprendo esa obsesión de las especies sexuales por asociar con el romance incluso los satélites naturales, lugares generalmente inhóspitos y, a veces, inútiles. La luna será  necesaria para la vida en esta roca, estabilizando su eje y habiendo desacelerado su velocidad de rotación en el pasado, pero sigue sin ser algo que tenga que ver con parejitas asquerosas.

En mi camino autos había pocos, personas también. Me dirigía a aquel parque donde había nacido Traz. La muerte de la rata me hizo recordar que tenía cuentas pendientes en ese lugar.

Un paso, luego otro. Había esperado un buen tiempo para  volver, y esperaba concretar aquella cacería inconclusa. Con Ecallawlednemniwrad muerto, ninguna presa  me causaría una emoción tan grande como antes. Pero el haber esperado tanto tiempo una ocasión… estoy seguro que, si mis teorías eran ciertas, haría de esa noche una memorable.

El olor a orgia vegetal continuaba allí, con las plantas exponiendo orgullosas sus órganos sexuales. Si no fuera porque las plantas siempre fueron malditas exhibicionistas, a la sociedad le darían asco las flores. Pero ustedes en cambio se las regalan a sus parejas. Disgustante, absolutamente disgustante.

Los patos seguían en el lago, se podían escuchar sus graznidos planeando como derrocar al imperio y acabar con el capitalismo que carcome a la corrupta sociedad… o al menos eso creo que hacían. Digo, después de todo, son patos.

El viento soplaba en medio de aquella noche, cabalgado por aromas foráneos. Un perro mojado, un vagabundo  adicto a la heroína y… ah, sí, conocía ese que venia del otro lado del lago.

De pronto me di cuenta de un error que, de haber pasado desapercibido, hubiera sido fatal.: estaba con las ropas y la cara de Malcom King. No podía cambiar la ropa, pero si la cara. Mas no lo haría, ya que una voz conocida llego a mis oídos.

—¿Traz?—Me pregunté. Me asomé por detrás de un árbol que estaba a solo unos metros del banco. Efectivamente, era la rubia de mi hija. Y estaba con la que solia ser ciega.

Me puse a escuchar lo que estaban conversando, sospechaba de traición

— ¿Dime, que crees que habite en las estrellas de Orión?—Preguntó la ciega rehabilitada—Preguntó la ex ciega

—Imagino… Arañas comandando maquinas de muerte. Allí en la estrella del centro del cinturón. En una colonia  de avances inimaginables para la humanidad—Dijo Traz. Me daba ganas de golpearla.

—¿Arañas manejando robots? No lo creo. Yo pienso que son grises enanitos—La mujer suspiró de ternura

—Los grises son una idea absurda. Su cuello se rompería por el peso de su cráneo. Las arañas que yo digo, en cambio… serian hasta factibles.

Un destello de oscuridad ocurrió a mi lado, como si algo se hubiera comido la luz del lugar. Rad apareció en medio de esa singularidad.
—Modulo de caminante dimensional—Susurró guiñándome un ojo—Ando observando a esta ciega hace semanas, dice que un alien le devolvió la vista—Me explicó, utilizando el volumen de su voz en un tono bajo.

—Hice algunas idioteces en el pasado—confesé avergonzado.
—Yo esperaba un criminal, no un Morfius arrepentido— Fue sincero, lo admito. Aunque no sé si los Racadoz mienten, digo, no sé si sean capaces de hacerlo.

Los ojos del cambio (Los nacidos de Aigma #1)Where stories live. Discover now