Capítulo 15: Ciudad.

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Creo que me arrepiento de haber entrado a la ciudad.  No por sus vehículos asesinos, ni sus monumentos a la vanidad. Tampoco por la cantidad de pintarrajeadas trabajadoras del libido que había en las calles. Los gatos quizá me molestaban un poco, con  sus maullidos y sus colas sumamente pomposas. Pero me ignoraban, tal como yo ignoraba casi todo lo que no pudiera representar una amenaza. Pero todo representaba una amenaza.

El  primer objeto que pude encontrar sumamente amenazante fue un semáforo. Tres luces desconocidas, moviéndose en un patrón. No eran como las de los carteles de neón, que formaban palabras y (pude suponer) eran para resaltar esas palabras. No había palabras, solo luces cambiando. Luces. Cambiando. ¡¿Qué podía suponer un Morfius de eso si no que era un medio de comunicación?! Que era un medio de comunicación delatándome, por supuesto. Me moví a su alrededor para ver que ocurría… y luego de una decena de minutos pude ver su relación con el flujo automovilístico claramente .Me sentí un idiota, allí, en el medio de la fría noche. Pero cada loco con su enemigo inanimado: “El Quijote” con sus molinos, y yo con mis semáforos.

Como ya dije, hubo una calle que no cruce por el paso de cebra. En realidad fueron varias, pero convengamos que fue una. Uno nunca sabe, puede que contar sobre semejante rebeldía cause drogadicción y muerte entre los jóvenes. Y entonces esta historia se consideraría una mala influencia, ergo pocos la conocerían.

Luego de un momento caminando, vi la puerta de un bar abierta, y, naturalmente, entré sin hacer el más mínimo ruido. O al menos sin  que se percataran del ruido.

Los borrachos cantaban a coro en una mesa. En otra, un grupo de amigos filosofaba. Me acerque un poco a ellos para escuchar la conversación:
—¿Creen que  los reality shows son solo un aparato de control mental para que los Illuminati dominen el  mundo?— Preguntó a sus compinches uno de los ebrios.

—Las nutrias amigo, las nutrias están detrás de todo — Respondió un segundo ebrio.
—Yo creía que era Coca-Cola—Dijo la chica del grupo.
— Las nutrias controlan todas las grandes corporaciones, incluida Coca-Cola— Expuso el segundo.

Me dirigí a la barra, donde un hombre estaba invitando a un trago a una…chica. O eso creo. No sé realmente que era. No quiero saberlo.

Había algo raro en ese lugar… sí, definitivamente había una ausencia. Algo que debería estar no estaba. Un bar con tales desequilibrados mentales era el lugar perfecto para que lo que fuere que buscaran los Racadoz pasara desapercibido. Pero no había Racadoz en la playa, ni en las calles. Y no los había en el bar. Lo que me llevo a pensar que probablemente lo que fuere que buscaran los Racadoz ya había sido capturado… o cabía la posibilidad yo mismo lo hubiera asesinado. En el caso de que fuere el Enseun lo que buscaban, yo ya lo había despachado. Y eso, a pesar de que yo tenía mis propias razones para matarlo, me molestaba: Los Racadoz no son seres demasiado agradecidos; haber matado a uno de sus criminales no me confería, ante sus ojos, ningún beneficio. Y a nadie en su sano juicio le gusta trabajar gratis.

De pronto me di cuenta de lo obvio: podría tomar forma humana. Pero luego caí en algo más obvio: seguía siendo una idea estúpida. No podría imitar a los humanos conociéndolos tan poco, por lo cual tratar de pasar desapercibido ante el ojo seguía siendo la mejor opción.

Y luego…luego la iluminación se apodero de mí. Llego cual una lanza ígnea apuntada minuciosamente, y creada en algún lugar de los cielos. Recordé el esoterismo humano, y… que era prácticamente invisible. Sumémosle el hecho de que el 90% de la masa humana del lugar estaba intoxicada, y podría, quizás, aislar a unos pocos que no opusieran pelea.

Sigilosamente me escurrí detrás de la barra, y mientras el camarero servia un coctel a una hembra (una que nadie dudaba de que fuera hembra, ni siquiera yo .Olía a hembra humana… con trazas de olores de diferentes machos, pero seguro eran remanentes del contacto físico. Sí, era hembra, de eso no había dudas) tomé una botella y la lance contra una de las mesas. Le di en la espalda a un tipo grande, con una barba larga y  una chaqueta de cuero.
—Malditos mosquitos. —Dijo aquel símil a un golem, que estoy seguro tenia tanto alcohol en sangre que podría ser uno de los 4 fantásticos. Más precisamente, la antorcha humana. O la cosa. O ambos. Vale decir que no se levanto, pero uno de sus amigos sí lo hizo.
— ¿Quien fue? ¿Quien desperdicio semejante vino? Mereces cadena perpetua, maldito— Criticó  al aire antes de caer al suelo, debido a que ya ni podía mantener el equilibrio.

Los ojos del cambio (Los nacidos de Aigma #1)Where stories live. Discover now