⇝ Capítulo 30

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•──•──•──•✦•──•──•──•LUCHAR O PERDER

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LUCHAR O PERDER.
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A diferencia de la última vez que estuvo inconsciente no sentía miedo. Su alrededor no tenía un aura intimidante ni estaba repleto de oscuridad. Al contrario, pues fuese el lugar que fuese era cálido. Un leve brillo irradiaba cada paso que daba. Lo único que constrataba era una mujer que le daba la espalda. Su vestimenta y su cabello eran oscuros como la noche, a diferencia de su piel que era pálida como la nieve. Atenea parpadeó y por instinto, avanzó. Alargó uno de sus brazos para llegar hasta ella, pero se sorprendió al reconocerse en ella . Giró su cuerpo y pudo ver que había cientos de réplicas de si misma a cada uno de sus lados.

—¿Qué es...? —murmuró oyendo su voz más lejana de lo que realmente era.

Gruñó al ver que solo podría ver su espalda y que no podía ver su rostro. Buscaba confirmar su teoría cuando una luz grisácea apareció ante ella. De nuevo trató de alcanzar lo que tenía en frente de sus ojos. La sorpresa la invadió al ver como la bola de luz esquivaba su agarre. Al mirar con fijeza el lugar donde antes estaba la luz, vio que sus réplicas estaban en la misma posición en la que ella había adoptado.

Trató de hablar, pero una voz ajena a todo lo que estaba sucediendo detuvo sus intenciones.

—Pequeña —habló con la misma voz que la luz dorada de su último encuentro—. El tiempo se acaba. Debes luchar. Lucha, Atenea.

—¿Otra vez tú? ¿Qué es este lugar?

—Eres tú y soy yo. Pues yo provengo de ti y tu provienes de mi. Somos –sin ser– iguales.

—No entiendo nada...

—Pronto lo harás. Pero debes luchar o perderás.

—¿Qué perderé?

—Tu poder y todo lo que este representa.

—Oh —meditó unos segundos su respuesta y no pudo evitar sonreír con tristeza—. Ya he perdido eso y mucho más.

—Entonces, ya debes haberte dado cuenta.

—¿De qué?

—Aún tienes motivos para luchar. Despierta, hazlo y vuela.

—¿Sin alas? —cuestionó la morena con incredulidad.

—Antes lo hacías, pequeña —la luz grisácea se acerca a ella y Atenea notó como la rodeaba—. Ya lo sabes: las alas son mera decoración. Aquel que aprende a volar, jamás lo olvida.

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El silencio envolvía la habitación donde Atenea se encontraba tumbada en una cama. Lo único que se escuchaba eran leves jadeos de dolor por parte del ángel guardián mientras Magnus trataba sus heridas. Observó como los cortes que adornaban la mayor parte de su cuerpo iban desapariciendo por la magia de su compañero. Chasqueó la lengua al ver que no podía sacar de su cabeza el nerviosismo que había en la voz de la Lightwood en cuanto le dijo que iban a arrestar a su protegida. Pese a tratar de tranquilizarla, lo único que acabó convenciendo a la menor fue el hecho de que tuviese un plan de escape. Uno, con un pequeño fallo.

La flecha que nos unió » Alec Lightwood | ✓حيث تعيش القصص. اكتشف الآن