Capítulo 11

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Camille

Me llevo en ese carro viejo y desgastado, pero para mi era más que suficiente, era único, era mágico estar con él ahí, juntos, solos los dos.

Cuando llamo a mi puerta no pude evitar estar aún más nerviosa, ya estaba lista, esperando en la sala de la casa, con las manos sudando, sentía una presión en mi pecho por esa cita.

Pero no quería que pensara que estaba loca por salir corriendo a abrirle la puerta, es por eso que espere un tiempo antes de decidir abrir por fin.

Entonces lo vi, con su sudadera amarilla, sus pantalones de mezclilla, sus tenis blancos y limpios, sus cabello desarreglado, sus ojos y sus labios.

Se veía tierno y lindo, indefenso y fuerte. Era dos cosas a la vez.

Tome su mano feliz y con gusto cuando la extendió para mi, y percibí ese cosquilleo, esa electricidad recorrerme de nuevo por todo el cuerpo, me gustaba y me aterraba como con solo un toque, un roce hacía que dejara de pensar, que me dejara llevar.

Llegamos en poco tiempo, no sabía que hacíamos ahí pero seguramente sería maravilloso.

Estábamos en un parque, estaba lleno de gente, algunos con sus mascotas paseando por ahí, otros corriendo y algunos disfrutando de la vista que les daba aquel lugar.

Thomas traía una canasta de pícnic, y sabía que esa cita iba a ser especial, porque no decidió llevarme al cine como todos lo hacen, no, decidió llevarme a un parque en donde tendríamos un día feliz, estaba segura.

Me gustaba, me gustaba que no fuera como los demás, que fuera diferente, que se sintiera diferente, porque lo era, no era igual al resto, no era como los demás, que solo buscan follar una noche y después de eso no volver a hablarse.

Extendió aquella manta blanca, lisa y planchada, después de eso coloco todo. La comida china, mi jugo de manzana y su jugo de mango que tanto le gustaba.

- Siéntate.- lo hice con cuidado de no arruinar eso.

- ¿Tú pensaste todo esto?

- Si.

- Es hermoso.

Le gusto mi respuesta porque sonrió  con timidez y con satisfacción al mismo tiempo.

- ¿Cómo sabías que ese restaurante era mi favorito?

- Puede que le haya pedido ayuda a Alyssa.- sonrió con culpa.

- ¿En serio? ¿Le dijiste que tendríamos una cita?

- Si.

- Ahora me pedira explicaciones.

- También a mi.

Nos reímos, comimos, hablamos y disfrutamos del momento mientras sonaban canciones en la radio vieja que tenía, era alegre, era mágica, eso era mágico, escuchar como los pájaros cantaban, como las personas caminaban, como los perros ladraban y los niños jugaban.

La canción era ese toque, ese que le falta al momento para hacerlo... lindo.

El aire me golpeo, haciendo que cerrara los ojos, dejando que se colara dentro de mi vestido, que me corriera los mechones de cabello que tenía pegados en la cara.

Sentí su mirada clavada en mi, lo sentí dentro de mi, como si me abrazara sin tocarme, como si me dijera todo sin soltar una palabra.

Me gire hacía él, tenía el cabello revuelto aún más por el viento que soplaba, tenía su vista clavada en mis ojos.

Sonrió, dejándome ver esos dientes, esa curva en su rostro, ese hoyuelo. Así que sonreí igual, y nos reímos como dos locos que no sabían porqué, solo lo hacíamos.

- Quisiera fotografiarte.- hablo entre risas.

- Y yo escribirte.

Nos miramos, nos comprendimos, nos hablábamos a través del silencio.

El día transcurrió, la noche se hizo presente, dejándome ver el cielo estrellado y la luna que iluminaba como un segundo sol, pero este más ligero, más íntimo.

Amaba la noche, las estrellas, la luna, el silencio, ese que no era incomodo, sino neutro, alegre y reconfortante.

- ¿Te gustan las estrellas?- hablo.

- Si, me gusta la noche. ¿Y a ti?

- Me gusta el día, el sol y las nubes.

- Siempre opuesto a lo que me gusta.- me cruce de brazos tratando de encontrar calor, ya que la noche se estaba haciendo fría.

- Si...

Pasaron las horas hasta que llego el momento de irme a casa, de irnos cada quien por su camino.

Él me había dado su sudadera amarilla, me quedaba enorme, ya que me rebasaba por mucho de altura.

Al llegar a la puerta de mi casa me despedí de Thomas, con la mano, sin beso, sin acercamiento, sin un roce.
Me gusto y me disgusto a la vez, porque también quería aquel contacto que hacía que me estremeciera en mi lugar, pero supongo que aún no era el momento, no era el día indicado para hacerlo.

Me dejo su sudadera, y pude por fin llevarme una parte de ella a la nariz, inhalando ese olor masculino combinado con un ligero olor a coco. Eran dos olores diferentes combinados en uno, me gustaba, me gustaba que Thomas no fuera solo una cosa, sino varías a la vez.

Subí a mi habitación y me recosté en la cama, esa noche había dormido como nunca lo había hecho.

En otra vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora