Capítulo 16

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Camille

Me sentía pesada, como si tuviera una piedra en la espalda que tenía que cargar con ella todo el día.
Pero me alegraba estar con mis amigas, con mi mejor amigo y él, ese chico que sacaba mi lado más tierno, que sacaba ese lado que no conocía, ese en donde estaría dispuesta a darle todo con los ojos cerrados.

Eso aliviaba el peso de la roca, pero cuando llegaba a casa era como si me pusieran más, como si cada vez me dieran unas pequeñas piedras y las amontonaran en mi espalda para que al siguiente día esa carga se hiciera más pesada.

Pero trataba de disimular mi cansancio, mis ojeras, mis labios partidos por no hidratarme bien, trataba de ocultar el hambre que sentía cada día, al despertar, en la tarde y en la noche.

Cuando comía era por obligación, para que no pensaran los demás que estaba mal, es por eso que en las mañanas solo comía una fruta, una pequeña, al igual que en las tardes por la escuela.

Pero al llegar a casa tenía que comer, tenía que hacerles creer a mis padres que estaba bien, que no estaba rota, que no me dolía el alma, la vida, la cabeza, tenía que fingir ser alguien que no era.

Entonces ahí comía, ahí me permitía disfrutar de los platillos que mi padre preparaba, tenía que disfrutar de ese olor tan exquisito que desprendía ese plato recién hecho.

Para que después me sintiera mal por comer, por atascarme con la comida, por ingerir las cosas como si no hubiera un mañana, y me daba asco, demasiado, era por eso que iba al baño que había en mi habitación y sacaba todo lo que comía, todo lo que había disfrutado se iba por el retrete.

Era jueves y el sol estaba en su mayor esplendor, iluminaba hasta los rincones más oscuros, me quemaba la piel blanca y pálida, era por eso que odiaba esos días, odiaba que me quemara y que me lastimara más de lo que ya estaba.

Llegue al salón, habían algunas personas ahí, pero no les tome mucha importancia porque me dirigí a mi lugar y cerré los ojos mientras reposaba mi cabeza en mis brazos.

Pero no fue que desperté hasta que sentí unas pequeñas manos en mi brazo mientras me sacudía para que abriera los ojos, y así lo hice y me di cuenta de que ya había llegado la profesora y ahora estaba obligada a prestar atención.

Pasaron los minutos y por fin llego la hora del almuerzo, me moría de hambre pero aunque fuera así solo me limitaba a comer una fruta, en este caso eran fresas, mis favoritas.

- Quiero que vayamos a un lugar esta tarde.- hablo Thomas que se encontraba al lado de mi, en la mesa en donde antes comía.

- ¿A dónde?

- Sorpresa.- me sonrió.

- Está bien.- también le sonreí.

Me intrigaba demasiado saber a dónde me llevaría aquella tarde tan asoleada. Me gustaban las sorpresas y él lo sabía.

Las horas se me hicieron eternas, pero por fin había llegado el momento de descubrir a dónde iríamos.
Salimos y él me llevo directo al lugar, sin permitirme cambiarme el uniforme de la escuela, ese uniforme azul marino sin vida y tan simple.

Nos subimos a un taxi para después dirigirnos al sitio, mientras íbamos en el automóvil me percate de las personas borrosas, del cielo con nubes blancas y esponjosas, la carretera y los coches de al lado. 

Al llegar al lugar me quede ahí, sin moverme, sin respirar, estábamos en el acuario de Long Island, él sabía que me gustaban demasiado esos lugares porque me parecían tan pacíficos.

- Vamos.- hablo y yo lo seguí.

Nos introducimos en ese lugar tan maravilloso, fuimos a todas las áreas posibles, vimos demasiados peces, pequeños tiburones, pequeños calamares y diferentes especies.

Él había sacado una cámara pequeña, era negra con toques grises en la parte de arriba de esta, estaba segura de que era de la marca fujifilm.

Fotografío los peces, el lugar, el cielo y a mi.
Me dijo que era porque quería conservar el momento y quería verlo cuantas veces quisiera.

Llegamos a un lugar apartado en donde se veían peses pequeños, como en la película de Nemo.
Me acerque a la vitrina que había y observe como los pequeños animales hacían movimientos lentos y pausados.

- Camille.- me hablo y me gire hacía él.

- ¿Si?

- Quería decirte algo...- hablo con timidez.

- Dime.

- Mmm.... Bueno, no se como empezar.- se rasco la nuca.

- Solo dilo, no voy a morderte.- me reí.

- Bien.- suspiro.- Hace tiempo que siento que hemos estado avanzando, lento pero seguro, como a mi me gusta. Y creo... creo que ya es el momento.

- ¿De qué?

- De que te diga como me siento.- me quede callada, atenta a cada una de sus palabras.- Cuando te vi por primera vez sentí una conexión inmediata, como si todo este tiempo estuviera buscando algo que no sabía con exactitud que era, pero cuando te vi... lo entendí, entendí que eras ese algo que había buscado toda mi vida, y me sentí alegre al por fin encontrarte, al por fin encontrar a la personas que me hiciera feliz. Porque eso es lo único que me transmites, felicidad, orgullo, paz, tranquilidad y amor. Siento todas esas emociones en mi interior, siento que en cualquier momento explotare si no te digo todo lo que me haces experimentar. Camille, eres esa persona, mi persona. Y me gustaría que yo también sea la tuya.

Nada, eso fue lo que escuche, no escuche nada después de todo lo que me dijo, fue como si mis oídos se hubieran apagado y solo sintiera mi corazón palpitar, con fuerza, tanto que pensaba que se me podría salir en cualquier momento del pecho.

Él, ese chico de ojos verdes, de un color que ahora se había convertido en mi favorito, estaba ahí. De pie frente a mi, con sus manos temblorosas y sus ojos fijos en mi. Ese chico del que me había enamorado me acababa de decir que también sentía todo lo que yo.

Y quería llorar de felicidad, gritar por un logro, abrazarlo por ser sincero conmigo. Quería tantas cosas.

- Tú también eres esa persona que hace que se derribe todo a mi alrededor y solo quedes tú... tú también eres mi persona Thomas.- me acerque a él y lo rodeé con los brazos, no tardo mucho en responder aquel abrazo que se había convertido en algo adictivo para mi.

En otra vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora