8. Huellas

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La puerta del Edificio Laurence se hallaba abierta. Los tres se bajaron del vehículo, y se aproximaron al lugar.

—La niña debe estar adentro —dijo Morandé.

—Escuchen bien —dijo Lefebvre —. No se dejen engañar. Es posible que vean cosas fuera de lo normal.

—Todo lo que ha pasado está fuera de lo normal —dijo Morandé.

—Estamos a un paso de entrar en el juego, Morandé —dijo Curie—. Esto puede ser impactante. Recuerda... la misión es acabar con el tablero.

—Así que Antoine les dijo todo... —comentó Lefebvre.

—¡Sí! nos contó lo que vivió en el Hálène —respondió Curie.

—¿Crees que el tablero sea el conducto? —preguntó Lefebvre.

—Estoy seguro de que es así. Pero si llego a equivocarme, entonces todo Paris se hundirá en este maldito juego.

—No perdamos más tiempo —dijo Morandé.

Curie le dio una palmada en la espalda, y le dijo:

—Lamento tantos años de indiferencias entre nosotros.

—No te preocupes. Soy yo quien te debe una disculpa por el incidente con tu hija. Jamás quise hacerle daño. Solo quería...

—Si salimos de esto, te prometo que tendrás mi bendición.

—¿Es en serio? Me dijiste que jamás permitirías que tu hija se acercara a mí de nuevo.

—Me retracto. Sé que eres un buen sujeto. Algo impertinente, pero...

—Gracias, Paul.

—Es muy tierno todo eso; pero tenemos algo que hacer.

—Acaba de romper un momento memorable, Detective —dijo Morandé.

—Dejémoslo para el regreso.

De pronto, un grito de infante se escuchó en el interior del edificio.

—Es la pequeña. ¡Vamos! —exclamó Curie.

...

Los tres ingresaron al recinto. Mientras observaban todo el lugar, la puerta se cerró detrás de ellos.

—La puerta se cerró sola —dijo Morandé.

—Pero aún no ha desaparecido —dijo Curie—. ¡Subamos!

El edificio estaba distinto. Sus paredes mostraban un mayor deterioro. Era como caminar en el interior de un lugar abandonado por siglos.

—Este sitio se ve más terrorífico ahora —dijo Morandé.

—Tienes razón —dijo Curie.

De pronto, escucharon una risa siniestra en uno de los corredores. Era la niña. Tenía su vestido manchado de sangre, y sus ojos totalmente blancos.

—¿Charlotte? —preguntó Lefebvre.

Eso sería muy conveniente —dijo el Demonio que habitaba el cuerpo de Charlotte.

Curie desenvainó su arma y se acercó lentamente a él.

—¡Libera a la niña! Ella no debe padecer las consecuencias de tu maldito juego.

El Detective y Morandé desenfundaron sus armas.

Comandante Curie... Es usted un símbolo de honor para su Departamento; pero me temo que sus planes no se concretaran hoy —dijo el demonio.

Escondido, un Juego de MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora