10. Encuentro Fatal

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Legrand se hallaba en su oficina. Eran las nueve de la noche. No quería regresar a su casa, porque los pensamientos no le permitirían conciliar el sueño.

—Monsieur Legrand; ¿necesita algo más? ¿O puedo retirarme? —preguntó Basile Pelletier.

—¡No! Puedes retirarte, Basile.

—Buenas noches, Monsieur.

Legrand tenía curiosidad sobre el video. Así que decidió encender el panel y contemplar nuevamente la grabación.

De pronto, mientras revisaba los últimos minutos, notó algo que llamó su atención.

—¿Pero qué demonios?

Roel ya no se hallaba en el video. El demonio se acercó, mostró una macabra sonrisa, y apagó la cámara.

—Esto no puede ser cierto. Morandé estaba en el video.

Con la duda invadiendo todo su ser, regresó y adelantó el video muchas veces. Pero obtenía el mismo resultado.

—¡Maldición! Es ese demonio. Morandé es inocente.

Legrand se sintió mal por un momento. Luego, tomó su abrigo, y se dispuso a salir del recinto. Pero en ese instante, el video se activó completamente solo.

El demonio se acercaba nuevamente a la cámara. Parecía que lo observaba. Legrand estaba confundido y asustado. De pronto, sucedió algo funesto.

¿Qué te inquieta, Legrand? —dijo el demonio a través del video.

Legrand desconectó el panel; pero el video continuó su curso.

—No es posible.

Todo es posible para mí, Gerard. Hoy conocerás mis límites.

Un ruido muy fuerte se escuchó afuera de la oficina. Legrand salió sin apartar la vista del panel y encendió la luz. Luego volteó y observó algo aterrador. Todas las paredes estaban cubiertas con sangre y, de uno de los corredores, salió una niña.

—¿Charlotte Braud?

—Hola, Detective —dijo la niña, mientras caminaba hacia él.

—Tú no estabas en el país.

—Solo vine de visita...

—Eres un demonio.

Charlotte Braud había sido trasladada a Roma luego del último suceso. Ahí estaría a salvo en casa de su abuela paterna. Pero el demonio de Alexandre Bernard, utilizaba su apariencia para infringir temor.

—Solo soy una dulce niña.

Luego, su vestido comenzó a mostrar arañazos, y su rostro tomó una forma grotesca. Así, las luces se apagaron nuevamente.

Legrand empezó a retroceder.

Desde hoy, las reglas del juego cambiarán —dijo la niña, con una voz diabólica.

Ahora solo podía ver la parte inferior de su vestido, y los grotescos pies destilando sangre.

—¿De qué manera? —preguntó Legrand, con voz quebradiza.

Nadie quedará con vida.

Gerard desenvainó su arma, y comenzó a dispararle al ente que simulaba ser Charlotte Braud. Pero nada sucedía. Ella continuaba avanzando.

De pronto, algo tomó a Legrand del cuello. Comenzaba a asfixiarlo. Sus ojos se desorbitaban, mientras contemplaba como el ente se elevaba hacia él.

Yo tengo el control ahora. Puedo cambiar las reglas a mi antojo. Mañana, tú serás noticia. Luego, París desaparecerá.

El conteo apareció en una pared del lado opuesto. Los números comenzaron a mostrarse en cuenta regresiva. Pero esta vez, a mayor velocidad.

El tiempo es tu línea de vida.

Finalmente llegó a «0». Legrand comenzó a perder la batalla. Su vista empezó a nublarse, y pronto, su cabeza se declinó. Legrand había muerto.

Todas las luces se encendieron. El lugar quedó envuelto con esa grotesca sangre.

El demonio de El Escondido había demostrado que no tenía límites. Ahora, con sus nuevas reglas, estaba por sumergir a París en el infierno más grande.

Escondido, un Juego de MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora