14. Limbo

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Roel entró al Palacio. Solo una vez en su vida había estado en su interior. Cuando apenas era un simple estudiante de la Academia. Pero ya no era como lo recordaba.

El infierno parecía haberse apoderado de todo. Había un sinfín de personas colgadas en el techo con su piel desgarrada. Derramaban sangre sin parar.

Atravesó diversas puertas. Finalmente llegó al centro del Palacio. Solo una lámpara en el techo se hallaba encendida. Todo estaba en silencio. Pero había un olor a brazas abrumador.

—¡BERNAR! AQUÍ ME TIENES —gritó Morandé, expandiendo sus brazos.

De pronto, detrás de unas sublimes cortinas rojas, apareció el demonio. Sus ojos brillaban más que nunca, y su cuerpo expulsaba una repulsiva baba negra.

Roel Morandé...

—¿Dónde está el Presidente?

Él está... ahí —dijo, señalando un costado del lugar.

—¡Señor Presidente! ¿Se encuentra bien?

—¡Sí!

—¿Y los Ministros?

Los Ministros están en todas partes —respondió el demonio.

Luego, todas las luces se encendieron, mostrando un escenario diabólico. Los Ministros estaban muertos. Todos se hallaban en posición de una cruz invertida, adornando el recinto.

—¡Eres un Maldito, Bernard!

El demonio caminó hacia el Presidente y lo tomó de su traje.

—¡No le hagas daño! Déjalo ir. Es a mí a quien quieres.

Mis reglas han cambiado, Morandé. Tú y el Presidente, serán testigos de todo esto. Vivirán hasta que la última piedra se desplome. Este maldito, rechazó una petición que le hice cuando era Jefe de Gobierno. Me humilló ante muchas personas.

—No te recuerdo —dijo El Presidente.

No puedes recordar a un donnadie.

—Escúchame, Bernard. No suelo hacer tratos con demonios; pero necesito que lo dejes ir. Haz lo que quieras conmigo.

Ninguno se irá. El conteo comenzará en este instante. Cuando llegue a «0», París será solo un recuerdo.

Luego, las luces de toda la sala se apagaron, y un conteo con sangre inició detrás del demonio.

Ha comenzado.

...

Las calles de París comenzaron a agrietarse. Todos huían con desesperación. El conteo había llegado a 45, y la Capital de Francia empezaba a desplomarse lentamente.

Las estaciones de trenes se derrumbaban, dejando a una gran cantidad de personas en el interior de los vagones.

Champ de Mars se movía como si un terremoto se hallaba haciendo estragos. La Torre Eiffel se inclinó, provocando un inmenso pánico. Era un total desastre.

En el exterior del Palacio, el piso se sacudía como una ola ondeando dentro del pavimento. Las patrullas empezaron a hundirse, y todos comenzaron a retroceder.

—¡ALÉJENSE DEL PALACIO! —gritó Bouvier.

Muchos se ubicaron detrás de la línea de seguridad donde se hallaba la prensa, y algunos habitantes cercanos. Otros, como Lemoine, se mantuvieron atentos.

...

—No tienes por qué seguir con esto, Bernard. ¿Qué harás cuando todo acabe? —dijo Morandé.

Escondido, un Juego de MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora