La cueva de Harry

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Lo que Draco llamaba "la cueva de Harry" era, de hecho, uno de sus lugares preferidos en el mundo, a pesar de que Draco seguía convencido de que había que moverse en escoba para no pasar por encima de sus papeles.

Ese era su espacio. Totalmente suyo. A un lado, tenía una ventana que (a veces) servía para recordarle cuando pasaba demasiado tiempo allí, y al otro, una pared de la que podían salir muñecos de madera para practicar algún hechizo que quisiera enseñarle a sus estudiantes. Tenía un área para las tareas que debía corregir, una para las que ya estaban listas, y una mesita donde ordenaba las "sugerencias".

Cada mes ponía una caja en su salón para que sus estudiantes metiesen dentro papeles con hechizos que querían aprender o temas que les llamaban la atención dentro de su rama. Algunos días se reía con sus niños de segundo año pidiendo que les enseñase a evitar el efecto de la Maldición Asesina (y Harry se los habría explicado con gusto, de tener una respuesta razonable), otros días se preguntaba por qué una niña de primero quería conocer a un boggart, e incluso descubrió que uno de sus estudiantes tenía rasgos de hombre lobo, aunque no lo convirtieron del todo, después de una "sugerencia" bastante obvia sobre el tema y con lujo de detalles de puntos que esperaba que pudiese explicarles. Esto último lo confirmó con la directora y luego habló con el niño para decirle que podía buscar su ayuda si la necesitaba; ya había conocido otros licántropos y sabía que esto no lo haría una mala persona.

Pero la mayor parte de su "cueva" se llenaba con el material para sus clases. Cada vez que salía un nuevo artículo sobre uno de sus temas, él lo adquiría. Cuando había un libro nuevo que valiese la pena, si Harry no lo conseguía la primera semana de su venta, era seguro que aparecía mágicamente allí con una nota de Charlie o de Draco. Tenía material de sobra al que acudir cuando planificaba sus clases, desde la parte teórica a ejemplos de dinámicas para que no tuviesen que estar todos sentados durante horas, cayéndose del sueño.

Para la época de exámenes, preparaba ejemplos de pruebas que luego repartía entre los estudiantes que las quisieran para que se acostumbrasen al cómo funcionaba y no estuviesen nerviosos al presentar la real. Y antes del comienzo del año escolar, se encontraría allí encerrado dos o tres días para terminar de planificar el plan de estudios de los niños. Hermione estaba radiante de felicidad cuando le comentó que usaba una de esas agendas raras y complicadas que ella siempre quiso que tuviesen; una parte de sí se fastidiaba de sólo pensarlo, pero el resto, el lado que adoraba ver cuando un niño realizaba por primera vez un hechizo que le era muy difícil, le decía que valía la pena para obtener esos resultados.

De vez en cuando la "cueva" también funcionaba como refugio. Si tenía algún desacuerdo con Charlie o Draco, del tipo que no se suele arreglar de inmediato, solía sentarse frente a la ventana a pensar. Hablaba para sí mismo, diciendo cosas como "está bien, admite que fuiste un idiota en ese momento por…", "podrías haber…" o "deberías…", hasta que tomaba una decisión y los buscaba para que hablasen de nuevo, más calmados.

Procuraba no quedarse allí por las noches si no era necesario, pero también hubo ocasiones en que se durmió sin notarlo. Entonces Charlie lo despertaba con susurros y jugando con su cabello, le preguntaba si quería que lo llevase al cuarto, o si pensaba que era mejor dejarlo descansar, colocaba una manta alrededor de Harry y lo acomodaba en el sillón.

También era común que, si pasaba varias horas allí, en su escritorio apareciese de pronto una taza de café o de chocolate, algún panecillo e incluso porciones de tarta de melaza. Puede que Draco prefiriese no entrar a la "cueva", pero le recordaba que pensaba en él con esos pequeños detalles. En la primavera lo hacía salir por un rato a estirar las piernas, en el invierno se aseguraba de que los hechizos de calefacción allí dentro funcionaban bien.

Sí, eso era lo que ocurría cuando estaba en su pequeño espacio. Y le agradaba mucho.

Excepto cuando Iona entraba y activaba todos los hechizos de prevención de fuego, claro.

El número de la suerteWhere stories live. Discover now