2 - Incomprendidas.

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—¡Ven a poner la mesa, no te lo repito una vez más! —Nerea puso los ojos en blanco, resopló y se quitó los casos, por los que estaba sonando una canción de rock a todo volumen. Su padre siempre decía que iba a quedarse sorda como siguiese así, pero su padre siempre había sido un tanto alarmista. Era un retrógrado en cuanto a las tecnologías. Seguía temiendo que en algún momento se revelasen contra los humanos y nos matasen a todos, creyéndose cuanta conspiración existía sobre que el gobierno nos espiaba. Quizás tenía razón, pero Nerea siempre pensaba en que su aburrida vida tampoco era tan interesante como para entretener a gente del gobierno. Si la estaban espiando, deberían estar cagándose en el momento en que decidieron dedicarse a aquello.

—¿Por qué siempre tengo que poner yo la mesa? —protestó, cuando llegó a la cocina. Su madre la fulminó con la mirada, como hacía todas las noches. Si las miradas matasen, ella ya llevaría mucho tiempo muerta.

—Porque eres la única inútil que no quiere estudiar —siempre se lo decía con aquella ligereza, como si todo el mundo tuviese que estudiar para triunfar en la vida y ella fuese la oveja negra. Emma tampoco era un buen ejemplo: ella había terminado la ESO a duras penas y después se había dedicado a la repostería porque su padre era abogado y podía pagarle todos los cursos que quisiese —. Bruno está terminando un trabajo para cuando empiecen las clases y sabes que Catalina trabaja hasta tarde en el laboratorio.

No era fácil ser la pequeña de la familia cuando tus hermanos mayores eran perfectos. Catalina era la más aplicada de todos. Desde pequeña, había sentido fascinación por la ciencia y por aprender sobre la vida misma. Había estudiado biología con matrículas de honor, había realizado un máster en neurociencia y ahora estaba aplicada en su doctorado, investigando cosas importantes para detener el avance del Alzheimer. A nadie le sorprendería si acabasen dándole un Premio Nobel o algo. Bruno, por su parte, era más de números, y estaba estudiando física. La mayoría de las veces, solo fingía que estaba haciendo un "trabajo importantísimo" para clase para que su madre no le mandase hacer ninguna otra cosa. Tenía un coeficiente intelectual por encima de la media, o eso decían los que le habían hecho el test, y Nerea no recordaba haberle visto estudiando nunca en su vida. Tampoco tomaba apuntes y, cuando iba a clase, se sentaba al fondo y miraba su móvil de manera distraída, echándole un vistazo rápido a las diapositivas de vez en cuando. Con eso era suficiente para que fuese de las mejores notas de su clase. Algunas personas nacían con suerte.

Nerea siempre había sido más artística. Odiaba estudiar, aprenderse conceptos, fórmulas, memorizar... había repetido curso dos veces y, cuando consiguió sacarse el bachiller, se plantó. Le dijo a su madre que no quería ir a la universidad, y su madre puso el grito en el cielo llamándola inútil por enésima vez y quejándose porque debería parecerse más a sus hermanos, que eran el ejemplo de la perfección. Se apuntó a un curso de fotografía, por hacer algo, pero a ella lo que verdaderamente le gustaba era dibujar. Lo hacía en secreto y no dejaba que nadie de su familia lo supiese porque, en el fondo, sentía que no era lo suficientemente buena como para dedicarse a eso y ganarse la vida así. A veces, cogía unos cuantos lienzos y se sentaba frente a la catedral, ofreciéndoles a los peregrinos una caricatura por un módico precio. La gente solía marcharse contenta y, en ocasiones, incluso le dejaban propina. Eso le servía para seguir comprando material: lápices, cuadernos, pinturas... era un hobby muy caro.

—¿Te has hecho otro tatuaje? —los ojos de Nerea se abrieron un poco más y bajó la mirada hasta su chaqueta, cuya manga se había retraído un poco al alcanzar los vasos en la estantería.

—No —mintió, pero su madre volvió a fulminarla y le cogió el brazo para replegar la manga y dejar al descubierto un tatuaje que cubría todo su antebrazo y que aún estaba cubierto por el plástico protector. Eran un conjunto de flores, una especie de jardín. Lo había dibujado ella misma, pero eso no pensaba decírselo a Emma, porque no serviría de nada en aquel momento. Seguramente le dijese que era un pasatiempo estúpido en el que no debería invertir tanto.

El mejor amigo de mi hermano (EMADMH#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora