6 - Tres son multitud.

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Hugo intentó recuperar la respiración. Notaba los brazos débiles, aquello ya no se le daba tan bien como cuando era más joven. Dejó caer los guantes de boxeo al suelo y se sentó sobre una de las colchonetas, aferrándose a la botella de agua como si fuese un salvavidas. 

—Te he traído algo de comer —levantó la mirada hasta la puerta. Amanda se estaba acercando, con aquella sonrisa tan suya y una hamburguesa en la mano. Hugo la miró con recelo y se puso en pie para alcanzar su camiseta y ponérsela. 

—No hacía falta que te molestases —dijo, con voz fría. Buscó su toalla entre la maraña de sábanas y envoltorios vacíos de lasaña congelada —. Voy a cenar fuera. 

—Deberíamos hablar, Hugo. 

—No tengo nada que hablar contigo —replicó él, dirigiéndose ya hacia la puerta que llevaba a las duchas. 

No sabía con quién estaba más enfadado, si con ella o consigo mismo. La culpaba por haberle llamado al teléfono fijo, pero debería culparse a sí mismo por haber permitido que aquella noche sucediese. Y peor se sentía cada vez que pensaba en que, en realidad, creía que era culpa de Beth. Había cambiado, después de todo lo que había pasado. Se había encerrado más en sí misma, y él nunca había sido capaz de llegar hasta ella. O quizás no lo había intentado lo suficiente, no lo tenía muy claro. Solo sabía que casi no se hablaban, que las cosas no estaban bien, que salía con amigos y se emborrachaba casi todas las noches y, en una de aquellas, Amanda, la recepcionista del gimnasio, le prestó un poco de atención. Sabía que no era culpa de Beth, en realidad, porque él tampoco le había estado prestando atención a ella, seguramente también se sintiese abandonada. Los dos se sentían igual, pero ya no sabían cómo cambiarlo, como hacerse sentir mejor. Había acabado haciéndole daño, él que se había prometido cuidarla y quererla como el que más. Precisamente él. 

—¿Vais a divorciaros? —se sobresaltó cuando escuchó su voz por encima del sonido del agua que le resbalaba por el pelo. No debería estar en el vestuario de los chicos, pero ella siempre hacía lo que quería y nunca pedía perdón por nada. Era lo que más le gustaba de Amanda. 

—No es asunto tuyo. 

Cada vez que pensaba en divorciarse, quería llorar. Sentía que aquella única palabra sería el fin de su mundo tal y como lo conocía. Ya no sabía qué haría sin Beth, aunque ya casi no se hacían ni compañía. 

Amanda abrió la puerta. Estaba desnuda, mirándole con una media sonrisa. Se le pasaron muchas cosas por la cabeza y, a muy que le pese, aunque aquella vez no estaba borracho, también pensó en repetir. 

—¿Te ayudo a decidirte? —los ojos de él se congelaron. Cerró el agua y cogió su toalla para cubrirse con ella. La miró con seriedad, casi rabia. 

—Eso no va a volver a pasar nunca —escupió, esquivándola y saliendo del vestuario. Se vistió rápidamente, sin importarle que aún tenía el pelo empapado, y se dirigió a la salida, sin molestarse en cerrar.

Se miró el reloj. Llegaba tarde, como siempre, pero él ya debía de estar acostumbrado. La chica que había a la puerta del restaurante, vestida con un elegante traje negro, le miró de arriba abajo. No era el típico restaurante al que podías ir en chándal sin esperar que no fuesen a mirarte mal, o a juzgarte. 

—Soy el hermano de Izan —dijo, y la cara de la chica se transformó por completo al saber que era familia de su jefe. Impostó una amplia sonrisa y le indicó que la siguiese. 

—Llevábamos un rato esperándole —comentó, dirigiéndose a un reservado en el que Izan estaba mirando algo en su móvil mientras se comía unos entrantes. 

El mejor amigo de mi hermano (EMADMH#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora