7 - Una vez, fuimos amigos.

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Nerea cerró el libro cuando llegó a la última página y lanzó un largo suspiro. No podía parar de imaginarse que el amor prohibido de los protagonistas emulaba el amor que debían de haber sentido su tía y su padrino en el pasado. Necesitaba saber más al respecto, pero no sabía cómo conseguir información. Nadie quería contarle nada. 

Fijó su mirada en su teléfono móvil, que acababa de vibrar, y comprobó que se trataba de un mensaje de su mejor amiga. Decía que esa noche había una fiesta en casa de su primo y que esperaba que se pasase por allí. Pensó en decirle que no podía, que su madre la había castigado por lo del tatuaje, pero no sería la primera vez que se escapaba para ir a una fiesta. Así que le dijo que allí estaría. 

Se puso en pie y salió de su habitación, para ir a la de sus padres y rebuscar en el primer cajón de su cómoda. Allí estaba, aquel viejo álbum de fotos al que nunca había prestado atención realmente. Lo abrió, y la primera instantánea ya le causó gran curiosidad. Era una foto de Izan, pasándoles un brazo por los hombros a Emma y Beth, que sonreían ampliamente en lo que parecía ser una heladería. Después, eran fotos de Emma y Raúl en numerosas citas. En el cine, en el parque, en una tienda de ropa. Realmente eran demasiado aficionados a sacarse fotos a todas horas. Cuando ya empezaba a perder el interés, otra foto hizo que se quedase paralizada. Era el jardín de la casa de Celeste, lo reconocía porque su padrino le había llevado a comer allí alguna vez. Beth estaba con los brazos estirados hacia arriba, agarrando a una Vanesa de no más de tres años que se reía con ganas, mientras Izan las miraba a las dos con una sonrisa. 

—¿Cómo que no están enamorados? —exclamó, casi sin querer. 

—¡Nerea! ¿Qué demonios haces? —se sobresaltó cuando escuchó la voz de su madre, y cerró el álbum de fotos rápidamente, mientras Emma la miraba desde la puerta con los brazos en jarra —. Espero que no estés robando más dinero para hacer de las tuyas. 

—Solo estaba mirando unas fotos —se quejó ella, cansada de que siempre asumiese lo peor —. Ya te he dicho que el tatuaje lo pagué con mi dinero. 

—Claro, se te ha dado ahora por mirar recuerdos. ¿Acaso crees que nací ayer? —exclamó su madre, con muy poca comprensión. Nerea frunció el ceño y lanzó el álbum de nuevo al fondo del cajón. 

—Eres insoportable. 

—No se te ocurra hablarme así. 

—¿Y cómo quieres que te hable? ¡Tengo que hablarte como la delincuente que crees que soy! Deberías llamar a la policía. 

—No me vengas con esas. 

—¿Qué coño pasa aquí? —preguntó Bruno, abriendo la puerta de su habitación con ojos somnolientos. Seguramente se estaría echando una siesta. Solía pasarse la noche despierto, jugando a videojuegos o yendo a fiestas universitarias, y después dormía por el día —. ¿Podéis dejar de discutir por una vez? 

—¿Te hemos despertado? Lo siento, cariño —la voz de Emma se suavizó cuando se dirigió a su hijo mediano, mientras los ojos de Nerea se anegaban de lágrimas. 

—¿Qué hay de cenar? —preguntó Bruno, ignorando todo lo que acababa de pasar y cambiando inteligentemente de tema. 

—Estoy haciendo unos macarrones, ya casi están listos. Nerea, pon la mesa. 

—Ponla tú. 

—¿Qué has dicho? 

—¡Que la pongas tú! —chilló Nerea, sintiéndose como una niña pequeña, o una adolescente rebelde. Ella misma odiaba cuando se comportaba así, pero conseguía sacar lo peor de sí misma. La miró con rabia y bajó las escaleras a la carrera, cerrando de un portazo. 

El mejor amigo de mi hermano (EMADMH#2)Where stories live. Discover now