Entre la vigilia y el sueño

35 13 20
                                    

Apago la luz de mi cuarto y me recuesto en la cama, con la cabeza del lado de la ventana, la cual está abierta permitiendo que el viento de la noche juegue a levantar la cortina para acariciar mi rostro. Un pequeño escalofrío me saca una sonrisa.

Cierro los ojos sin la intención de dormir, tan solo disfrutando de aquel momento y le permito a mi mente viajar a donde quiera. Recorre uno que otro evento del día, mas no se detiene en ninguno. La calma me abraza y lentamente mi cuerpo se va relajando con cada respiración.

En la calma, mi mente ha quedado en blando, pero unos trazos comienzan a hacer aparecer lentamente un paisaje. Se dibuja un cielo con nubes sutiles, que parecen pinceladas blancas en el lienzo celeste. Me hipnotizan de tal modo que no despego la vista de ellas por un largo tiempo mientras las veo deslizarse por el viento que a cada paso les cambia la forma. 

El pasto cosquillea en mis pies y eso me hace bajar la vista, pero no llegó al suelo que era mi principal objetivo porque quedo colgada con el horizonte lejano que separa la tierra y el cielo, el verde del celeste. Me pierdo allí y mi vista se siente amplia, como si mis ojos, que se han acostumbrado a los gigantes grises que siempre cortan la visual, se llenaran con aquel paisaje. 

Contemplo con detenimiento el paisaje, degusto cada color, cada sensación, la guardo en mi mente y dejo que pinte mi alma. El viento se empieza a hacer un poco más notorio y balancea lenta y suavemente la copa de los árboles. Sí, hay árboles, unos pocos, distribuidos de un modo que me hace pensar en la técnica del salpicado. 

Cundo observo el suelo noto mis pies descalzos, mas no logro observar más ya que una gota llega a mi cabeza haciéndome alzar el rostro y otra llega al mismo para desplazarse despacio por mi mejilla.

El sonido de la lluvia llega y es cuando abro los ojos, todavía estoy en mi cuarto, con las luces apagadas acostada del lado de la ventana por la cual la lluvia de otoño comienza a entrar.

La sonrisa reaparece mientras cierro la ventana y admiro, por un momento, la lluvia caer. Tras un rato vuelvo a encender la luz y me posiciono nuevamente frente a aquel lienzo todavía en blanco. Ya sé lo que quiero pintar.

Agua para las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora