Cielo estrellado

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Tiene la cabeza tirada hacia atrás y una sonrisa gigante brillando con tanta fuerza que a mitad de la noche puedo verla. Con sus ojos muy abiertos, como si quisiera grabar el magnífico cielo estrellado en su retina, y con los brazos cruzados sobre el pecho, así, en silencio, admira la gran cúpula sobre nuestras cabezas. Se gira a mirarme, como buscando compartir aquello conmigo, y al encontrarse con mis ojos se sorprende; más sorprendida estoy yo que, por un momento, he creído poder ver las estrellas centellando en sus ojos oscuros.

¿Qu-qué pa-pasa? —pregunta y sé que sus mejillas deben estar rojas. —El cielo está por allá —murmura mientras baja la vista y, apuntando con un dedo, señalando el cielo.

Miro hacia donde señala y, con una sonrisa contenida por lo que haré a continuación, le vuelvo a mirar. —Lo sé, pero me gusta más contemplarte a ti. —No puedo evitar sonreír cuando veo su reacción, es tal cual como pensé que sería. Su rostro arde tanto que creo poder distinguir el sonrojo en plena oscuridad.

—Ya, deja de jugar —me suelta, lo cual solo logra que quiera molestarle un poco más. 

Si me besas dejaré de...—La frase queda a medias porque él se me ha adelantado. Apenas dura segundos, pero en mis labios todavía puedo sentir el calor de los suyos y esto es más que suficiente para dejarme anonadada. Aunque él ha vuelto la vista al cielo con cierto nerviosismo, mis ojos no se desprenden de su perfil, por ello que cuando sus ojos vuelven rápidamente sobre mí, en dos ocasiones, me encuentra. 

Tomo su mano y nuestros dedos se entrelazan mientras vuelvo a mirar el cielo estrellado con una gran sonrisa boba en el rostro. 

Nos quedamos así, en silencio, hasta que de repente nuestras manos se alzan para señalar y soltamos al unísono —¡Una estrella fugaz! 

Rápido, rápido —digo mientras, sin soltar su mano, uno mis manos y con los ojos cerrados pido un deseo. Tras un momento, me giro a buscarle y me encuentro con su sonrisa llena de una ternura infinita que vuelve a mi corazón un cálido charquito de agua. —¿Qué pediste? —le susurro mientras me siento más cerca de él; dicen que los deseos no hay que decirlos en voz alta.

—Estás aquí, ya no tengo nada que desear.

Entre sonrojos florecen sonrisas y el mundo desaparece, solo nosotros y el magnífico cielo estrellado en plena noche de noviembre.

Agua para las floresWhere stories live. Discover now