Abrazo

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Una lluvia torrencial se cernía fuera de aquella casa, con rayos y truenos que alumbraban el paisaje nocturno.

Una gota se desliza y cae desde la punta del cabello, mojado y libre sobre su rostro, al suelo cerámico del hall de entrada. Allí estaba él, mojado hasta los huesos, sin despegar la vista de aquella mujer que le mira como si verle de este modo destrozara su alma.

Aquella mujer, que no espera un segundo más y decide ir por toallas, para que no se enferme. Pero la mano de aquel nombre tira de su izquierda y con un paso por parte de cada uno la envuelve en sus brazos.

Es un abrazo de esos donde las dos almas parecieran fundirse, un abrazo fuerte que la mujer corresponde sin importarle cómo sus cuerpos se pegan ni sus ropas se mojan. Es un abrazo fuerte, de esos que ayudan a juntar los pedazos del alma.

Y el cuerpo del hombre tiembla levemente, es que el frio que cala sus huesos no es por la lluvia, sino que viene de dentro. Pero poco a poco la temperatura del otro cuerpo fundido en sus brazos, el calor de aquel abrazo, hace que ese frío se apacigüe junto al dolor que también habita en su pecho.

Cuando deja de llover adentro y solo queda el sonido de los truenos de fuera, el abrazo se suelta un poco y los cuerpos se separa apenas, lo suficiente para que sus ojos se encuentren, lo suficiente para que tras acunarle el rostro ella deje caer un beso en los parpados ahora cerrados del hombre. Suave beso, como una caricia cargada de emociones que dejan un calor que no desaparece.

Besa el papado izquierdo, después el derecho, luego la frente y ambas mejillas. Es lento y pareciera que en cualquier momento ella romperá a llorar; llorar todo aquel dolor que él no ha podido soltar.

Los ojos del hombre se abren y ella se encuentra con aquel cuadro donde hay un verde prado que ahora está cubierto por nubes espesas, pero ya no tantas como las que vio la entrar y tampoco tan oscuras como las que quedan del otro lado de la puerta de entrada.

La mujer apenas alza las comisuras de sus labios como en un intento de sonrisa llena de preocupación, cariño y otros tantos sentimientos difíciles para este escritor de nombrar, pero que solo ese hombre entre sus brazos comprende, y por ello le devuelve una muequita de una sonrisa un tanto triste para, después de un beso casto pero cargado de toda clase de sentimientos, volverse a fundirse en un abrazo con los ojos cerrados, disfrutando el calor y las cálidas caricias en su oscuro cabello mojado.

Sí, ese es un abrazo que le ayuda a juntar y volver a unir sus pedazos, a darle un suelo cuando su mundo se había desmoronado casi por completo Ese abrazo, esos brazos, su amada, es siempre hogar y refugio.

Eso es el abrazo de dos almas fundidas, era la paz en los brazos del amor de su vida.

Agua para las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora