Capítulo 3

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—Nat, ¿crees que alguien debería hacer algo? —preguntó Vanesa, estaba empezando a preocuparse.

—¿Algo como qué? Él está acostumbrado, deja de pensar en ello…

—¿Qué? ¿Estás oyéndote? —Natalie encogió desinteresadamente sus hombros—. ¿Cómo alguien puede acostumbrase a eso? Es inaceptable. —Vanesa estaba indignada. No podía creer que existieran chicos tan crueles como para molestar de esa manera a alguien que nada había hecho para merecérselo—. Hablas como si a Tom le gustase que abusen de él. Tan solo míralo, están… ¡Qué! —exclamó, cubriéndose la boca de golpe. Al pobre estaban metiéndole el almuerzo por la espalda—. ¡Dónde mierda está ese amigo!

—Ey, Vanesa, ¿por qué no te relajas? Tom sabía qué se le venía esto encima. Los primeros días siempre es así, luego pasan de él. Relájate.

—¿Entonces por qué su amigo no está con él? —preguntó con el ceño fruncido. No le cabía en la cabeza. No, no podía aceptar aquello. Era sumamente injusto.

—¿Qué sé yo? Tampoco es que esté siguiéndolo todo el día. —Natalie se cruzó de brazos, molesta—. Después, hasta tú te acostumbrarás a toda esta mierda.

—Lo dudo. —Vanesa se puso de pie, tomando su bandeja con prepotencia.

—¿Qué haces?

—Salgo de aquí, ¿puede ser? No estoy para ver estas cosas. Esos hijos de puta… —Cerró los puños, molesta.

Si tan solo tuviese súper poderes para enfrentarse a esos matones, de seguro lo hubiese hecho ya por defenderlo. Daba igual a quien fuese. Nadie merecía algo como eso.

—Bien, entonces espérame. —Ambas se levantaron y salieron sin mirar atrás. Tan solo quedaban dos horas para volver a sus casas, pero Vanesa dudaba poder concentrarse bien.

Cuando llegaron al salón y dejaron pasar la última hora entre conversaciones triviales, Vanesa no se movió de su lugar hasta que la clase se dio por finalizada.

No se sentía bien, tenía un nudo en el estómago. Era como si fuese a vomitar en cualquier momento, cuando menos lo esperara.

—¡Qué primer día de clases! —exclamó Natalie. Ella estaba sentada en su puesto, con su bolso sobre las piernas y viendo al profesor guardar sus cosas para largarse a casa.

Vanesa se sentía exhausta, y Natalie no había hecho más que reírse de su actitud las dos últimas horas.

—Deja de reírte de mí. Ya estoy tranquila.

—Uh, sí, cómo no. ¿Por qué mejor no te pones de pie y nos largamos? Tengo unas ganas de echarme a dormir. —Vanesa asintió desganada. Ella también deseaba echarse a dormir durante días si era posible. Las clases le habían caído encima de golpe, y aún no era capaz de acostumbrarse a ese horario. Pero no podía hacer algo al respecto, apenas estaba empezando el año.

Lo más difícil todavía no comenzaba.

—Está bien —bufó mientras caminaba al lado de su amiga—. Creo que a mí también me hace falta una buena siesta. No es nada alentador saber que mañana tendremos que estar aquí otra vez.

—Sí, pero créeme cuando te digo esto. Cuando tienes a alguien por quién venir escuela, las cosas se hacen mucho más divertidas.

—Ya. —Vanesa ladeó la cabeza—. Lo dudo… y aunque fuese así, no me gusta nadie.

—Yo que tú no me confío de esas palabras.

—¡Oh! ¿En cuántos idiomas es que debo decírtelo? —Natalie rió y alzó los hombros levemente. Ella sabía que solo estaba molestándola, pero aun así…, en algo estaba acertándole, aunque Vanesa no estuviese dispuesta a verlo. Todavía, claro.

—¿Por qué te alteras tanto?

—Déjame.

—Eres una amargada.

—Lo he oído antes. —Vanesa suspiró y cerró con cuidado la puerta de la entrada—. Hace un poco de calor. Extraño salir de vacaciones e ir la playa o el campo. Solo quiero un día de tranquilidad.

—Esto acaba de comenzar —murmuró Natalie—. ¿Hacia dónde vives?

—Allá. —Vanesa señaló en dirección a su casa.

Tenía suerte de no estar tan alejada de su hogar. Odiaba tener que caminar mucho, especialmente cuando era un trayecto desde la escuela a casa. En verano, el calor la sofocaba, y en invierno, las temperaturas bajo cero hacían que llegara congelada.

—Nos vamos juntas, yo vivo no muy lejos de aquí. —Vanesa asintió lentamente y siguieron el resto del camino en silencio. Estaba todo tan tranquilo, pacífico, que desearon recostarse ahí mismo a descansar. Sobre el pasto, ocultándose de los rayos solares con la sombra de algún árbol.

Natalie resultó no vivir muy lejos, y ambas se despidieron, sabiendo que iban a repetir aquello día tras día, hasta que el año terminara.

Qué alentador, pensó Vanesa totalmente resignada. Qué alentador.

*  *  *

A las seis de la mañana ella volvía a ponerse de pie. Abrió lentamente las cortinas dejando que la luz entrara a su habitación.

Había pasado una mala noche. Lamentablemente, no había logrado conciliar el sueño hasta altas horas de la madrugada. Se había mantenido en vela, pensando y pensando en los acontecimientos vividos durante el almuerzo. No habían sido nada agradables, pero no entendía por qué aquellos la habían dejado tan confundida y distraída. Se imaginó al pobre chico completamente sucio de pies a cabeza sin poder hacer nada. ¿Cómo habría entrado a clases así? Quizás se había ido a su casa.

—¡Mierda! —se quejó sobando su espalda. Ante su despiste se había caído de la cama, que también era cosa de todas las mañanas en su estado de torpeza. Se preguntaba cuándo sería el día en que dejaría de tener obligaciones. Había estado pensando seriamente en buscar un hombre mayor y adinerado para contraer matrimonio. Las cosas serían mucho más sencillas.

Mi Nerd Favorito.Where stories live. Discover now