26- Parejas disparejas

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   Arthur

«¿Qué es este extraño lugar?».

Había un montón de conejos correteando por un enorme prado, donde resaltaban los tonos verdes de los árboles y la corta hierva. También estaba ella, la mujer que poseía el único verde que me interesaba, el intenso color de sus ojos.

Ella estaba sonriendo a mi lado, pero de repente desapareció dejando en su lugar a una mujer sin rostro. Solo pude ver su silueta y su ondulado cabello rubio, me ofreció una de sus manos, la cual rechacé.

Escuché a alguien sollozar y corrí al sitio del que provenían el ruido, corrí por largos minutos sin llegar a ningún lado, el prado parecía no tener fin. Me detuve jadeando por el cansancio y entonces caí de espaldas a la nada, sin embargo, aquello que atrapó mi cuerpo era cómodo y blando, todo lo contrario a lo que imaginaba.

Abrí los ojos a pesar de que no podía visualizar casi nada, un desmesurado dolor hizo palpitar toda mi cabeza. Casi no lograba enfocar la vista, en cambio, podía seguir escuchando aquellos sollozos, esta vez muy cerca, justo al lado mío.

—¿Atenea? —cuestioné al verla en un rincón de la habitación abrazando sus piernas, con la cabeza baja entre sus rodillas. Me acerqué y toqué su hombro—, ¿qué sucede?

—No me toques —Apartó mi mano con brusquedad. No entendía nada, ¿qué sucedió?, ¿por qué ella estaba aquí conmigo?

Analicé un poco el lugar, las sábanas de la cama estaban desarregladas, parte de mi ropa estaba tirada por todo el piso y ella estaba llorando.

«No...».

—Atenea, si hice algo estando ebrio por favor perdóname —rogué para que haya sido por cualquier cosa menos en lo que estaba pensado—. Sabes que jamás te haría algo sin tu consentimiento, y si lo hice... te ruego que me perdones.

—¿Por qué? —Su semblante denotaba dolor y decepción a la vez, verla de esa manera causó que todo mi cuerpo se sintiera culpable.

—Juro que no quise...

—¡¿Por qué se murió?! —Volvió a llorar.

—¿Qué?, ¿quién diablos se murió? —Ahora sí que no entendía una mierda.

—Él —Señaló la última página del libro que sostenía en sus manos.

—"Su alma fue tragada por el abismo, devorando el resto de su vida, lo mantuvo cautivo por el resto de la eternidad" —recité lo que decía la última línea—. ¿Estás llorando por un estúpido libro?

—¡No es estúpido! —exclamó secándose las lágrimas. Esto era absurdo, mi sangre se heló por completo cuando pensé en las peores cosas que le pude haber hecho.

—Es solo un personaje de un libro, no llores, no por eso —intenté consolarla, aunque por lo visto solo lo empeoré.

—No entiendes nada —dijo en voz baja—, para mí son mucho más que eso. No fueron más que palabras en papel, pero esas palabras me hicieron más feliz de lo que crees. Cada vez que él lloraba, yo lo hacía también, cada vez que reía, ahí estaba yo riendo inconscientemente atontada. Puede que él no sea real, sin embargo, todo aquello que me hizo sentir si lo fue —Sus ojos se fueron llenando de lágrimas poco a poco—. Arthur tampoco puedes morirte, no lo tienes permitido —Se pegó a mí y rodeó mi torso con sus brazos.

—No moriré, tranquila —Se quedó en silencio un largo rato, recostada sobre mis piernas mientras yo acariciaba su cabello—. Y dime, ¿cómo llegué aquí?, porque no recuerdo nada.

Vivir por siempreWhere stories live. Discover now