29-Peculiar invitación

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Sentí el frío del metal recorrer mi cuello causando que se me erizara la piel. Me percaté de que Arthur ya se haya alejado lo suficiente antes de decir cualquier palabra y que algo saliera mal.

—Aparta ese cuchillo de mí.

—¿Por qué?, dije que te lo devolvería —Soltó una ronca e irónica risa. Quise mirar sobre mi hombro, pero me detuvo—. No te des la vuelta —Advirtió frenando mi intento de verle la cara.

—Lo que sea que desees te lo daré por las buenas —Levanté ambas manos fingiendo haberme rendido.

—¿Por las buenas? —Se burló—, no me gustan las cosas fáciles.

Entonces recordé aquella noche cuando este extraño hombre se mostró ante mí por primera vez, justo segundos antes de que perdiera el conocimiento.


Cuando volví en mí misma todo estaba completamente oscuro. Palpé de forma desesperada cada parte de la superficie sobre la que me encontraba, era suave y blanda, parecía ser tela. El hecho de no saber dónde estaba y el intenso dolor pulsante en mi cabeza, atormentaban mi mente.

Algo limitaba el movimiento de mis manos manteniéndolas atadas.

¿Era este el lugar oscuro de siempre?

No, no era eso.

Las veces que aquella voz me hablaba lo hacía en un espacio igual de oscuro, pero por alguna razón no se sentía nada real. Al contrario de este en el que podía sentir el roce de las telas recorriendo mis piernas desnudas. Estaba sobre una cama.

Escuché el crujir de la puerta al ser abierta. Dejé de moverme y me hice la dormida. Unas fuertes pisadas se escuchaban cada vez más cerca hasta que se detuvieron, dejando todo nuevamente en silencio.

—¿Ya te cansaste de holgazanear? —Mantuve mi cuerpo estático— Sé que no estás dormida —Arrebató la sábana de mis piernas dejándolas al descubierto, causando que las moviera por la impresión.

—¿Quién diablos eres? —Me senté sobre la cama, apuntando a la dirección de la que provenía aquella voz masculina y seductora.

—Soy Marco Miller, es un placer.

—A quién le importa tu maldito nombre, ¿a qué diablos debe esto? —grité tratando de quitarme las cuerdas que ataban mis manos.

—A pesar de tener los ojos vendados, pareciera como si me miraras fijamente — Retiró la cinta que vendaba mis ojos e inmediatamente me topé con los suyos—. Y es justo lo que haces —Lucía sorprendido.

Lo observé un rato con los ojos entrecerrados tratando de descifrar quien era. Esta vez llevaba anteojos que no me permitían percibir el color de sus ojos, aunque no evitaron que lo reconociera.

Después le eché un vistazo a mi ropa, y no era para nada parecido a la ropa que traía puesta. Era solo una larga bata blanca.

—No me digas... ¡Yo te conozco!

—¿Me conoces?

—Es decir, no te conozco de esa manera, solo sé quién eres.

—Eres un tanto extraña, ¿lo sabías?

—Gracias, ya me lo habían dicho antes —dije sarcástica—. ¿Qué es este lugar y para qué me quieren aquí?

—¿Que qué es este lugar? —Estaba en una enorme habitación repleta de adornos lujosos y cosas de valor—. No puedo decírtelo, y el porqué estás aquí... —Hizo una pequeña pausa y sonrió— lo sabrás pronto.

Vivir por siempreWhere stories live. Discover now