38-Familia Lapsley

728 103 98
                                    


Atenea

Las horas pasaron tan rápido, que de un momento a otro ya estaba despidiendo a Arthur y a su tropa de expedición. En las afueras de Arleth se encontraba mucha gente reunida para despedirlos. Todos estaban debidamente cubiertos por sus brillantes y plateadas armaduras. Bastante parecidas entre sí, destacando únicamente la reluciente armadura negra de Arthur, cuyo emblema de una cruz en el centro y la capa roja que adornaba su hombro izquierdo le daban un estilo imponente.

Montaban sus enormes caballos, muchos de ellos con notorias cicatrices de guerra. Al principio no podía creer que al llegar aquí encontraría a casi todo el pueblo despidiendo a los caballeros. Algunos murmuraban acerca de no conocer a la mayoría, mientras que otros les miraban aterrorizados.

—¿Para una simple expedición se necesita tanta armadura? —pregunté a Arthur quien me observaba desde lo alto de su caballo blanco.

—Es simple precaución —dijo sonriente—. Acércate —Hice justo lo que me dijo y este bajó del caballo, dando solo unos pocos pasos para hacerse dueño del espacio entre nuestros cuerpos. Levantó mi cabello para que no le estorbara y dejó un beso en mi cuello.

—¿Qué estás...? —Con sus dientes, partió en dos la cadena de plata del collar que traía puesto, y en su lugar dejó un colgante con una piedra negra en forma cilíndrica y puntiaguda a la vez.

—Es un amuleto, tengo uno igual —Mostró el suyo cuya piedra era verde—. Están encantados.

—Leí sobre ellos en la biblioteca, se construyen de la misma piedra y se romperán...

—Si uno de los dos muere —concluyó mirando el colgante.

—¡Oh! —También observé con curiosidad la piedra de mi colgante. Al acercarla a la de él, desprendía una tenue luz blanca que palpitaba como los latidos de un corazón.

—Ya debo irme —Subió a su enorme caballo y tomó las riendas—. Prometo volver con su querido rey, pueblo de Arleth —vociferó recibiendo una lluvia de ovaciones de parte de los habitantes.

Después de eso procedieron a marcharse. En el lugar solo quedaron las huellas de las armaduras de los caballos.

Obviamente, la idea de quedarme de brazos cruzados no formaba parte de mis planes. Tenía que investigar algunas cosas por mi cuenta. Pasé el resto de mañana en casa de mis padres, tenía tiempo sin saber de ellos. Me propusieron que me quedara con ellos mientras Arthur estaba fuera, pero me negué.

Robert también sugirió venir conmigo con la barata escusa de cuidar de su hermana. A pesar de que ya sabía que solo quería entrenar con Drake. Lo traje conmigo, pero le advertí que sería únicamente hasta la tarde.

—Nea, ¿qué harás en esta casa tan grande tu sola? —preguntó siguiéndome el paso a través de los jardines de la mansión Lancaster.

—No lo sé, tal vez me adentre en la biblioteca a leer por horas.

—Qué aburrida. Me ofrezco a quedarme una semana para que no estés sola, Nea.

—No gracias. Conozco sus intenciones, señorito —Mostró una sonrisa juguetona—. Además, ya tenemos visitas aquí —Señalé con la vista a Edith del otro lado del jardín.

—¡Por Rya! Es tan hermosa —El mocoso embobado, corrió hasta acercarse a ella. Lo seguí para que no hiciera o dijera alguna estupidez—. Princesa Edith Vangueace de Lofelia, es un placer conocerla.

Bueno, era inevitable que dijera estupideces.

—¡Oh! ¿De quién recibo ese cordial saludo?

—Me llaman Robert Fletcher, hijo del barón Fletcher y hermano de Atenea —Edith ladeó un poco la cabeza para mirarme, debido a que me encontraba unos pasos atrás. Desvié la mirada y fingí observar las flores.

Vivir por siempreWhere stories live. Discover now