3- Como en una noche fue...

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—Hermanita...

—Ahora no, pequeño, debo coser tus calcetines y me cuesta mucho, ¡quédate quieto!

—Tú no entiendes —hacia pucheros su hermano menor, dejándose caer sobre su bulto de paja—. Ni siquiera lo viste.

—¿A quién? ¡Au! —la pobre chica se había pinchado un dedo, el cual ahora se lo metía en la boca, buscando consuelo, mientras veía con desdén a su hermanito.

—Al chico del pastel...

—¿Chico del pastel? ¿Quién es ese? ¿Fuiste a la pastelería de nuevo? Sabes que no podemos...

—¡No! El que nos ayudó la otra vez, el que me regaló ese pedazo de pastel tan rico. ¡Conoce a la señora!

La joven se quedó pensativa, mientras retomaba su proceso de arreglar calcetines. No, no se había fijado, evitaba por todos los medios ver a la cara a los invitados de la señora Magdalena, ya que, generalmente, eran personas desagradables y con cara de malandros.

—Bueno, quizá te dio el pastel... pero eso no lo hace una buena persona.

—Eres una desconfiada, hermana...

—¿Disculpa?

—Es la verdad. Sus ojos no se ven como los de los otros, él tiene una facha distinta... no sé...

Ella decidió no responder, simplemente siguió con su labor, aunque no pudo evitar recordar la ropa tan vistosa que traía puesta aquél joven. Pero en algo estaba segura: relacionado con la señora Magdalena era igual a alguien metido en asuntos turbios.

Y no estaba tan equivocada...

La puerta de la casa sonó, anunciando que la visita ya se había marchado.

—Hermana...

—¿Qué sucede?

—¿Saldrás hoy? ¿Puedo ir contigo?

—No pequeño. Prometo no tardar, solo iré a vender algunas legumbres que quedaron; con ese dinero podré comprarte algo de comer bueno mañana.

El chico bufó, recostándose de nuevo:

—Bien, yo dormiré ya. No creo que la vieja moleste.

—De acuerdo. Descansa, hermanito —contestó ella, arropándolo y dándole un beso en su frente.

Tuvo que esperar a que la señora Magdalena se fuera a dormir y no hubiera ningún ruido procedente de su habitación, para asegurarse de que no la descubrieran...

                                                                                              ***

Bucciarati seguía pensando en los jóvenes. Ahora su nueva meta de corto alcance era ayudar a ese par. Vivían en condiciones lamentables. Debía pensar bien en un plan, ya que no podía atacar deliberadamente a una civil, simplemente no era correcto, no para Bruno.

Su suerte, quizá, le sonreía.

Oyó unos pasos apresurados un poco más allá de donde se encontraba. ¿Ahora qué? Rápidamente se ocultó en una pared con ayuda de su stand; para su sorpresa, era la joven sirvienta de Magdalena, que iba cargando una bolsa llena de verduras.

Poco a poco salió de su escondite, para llamar a la chica.

—¡Oye! ¡Espera!

La joven dio un respingo y giró abruptamente su cabeza, pero no se detuvo, por lo que no se fijó en un pequeño desnivel de la calle, cayendo de costado al suelo.

¿Te volveré a encontrar? Bruno Bucciarati x lectoraWhere stories live. Discover now