8- Sin rendirse

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El día siguiente llegó impávido sobre Italia, como si nada turbio estuviera pasando entre sus calles, entre su gente.

Bruno estaba con sus amigos en su guarida, ocultando su rostro tras una de sus manos. No logró encontrar a Selvaggio ni a Antonella, por más que lo intentó.

El pequeño hermanito de la chica se encontraba sentado junto a Bucciarati, observándolo con rostro preocupado, al igual que sus compañeros, que estaban junto a él, esperando.

—No hay nada, Aerosmith no logra encontrarla —decía Narancia desde la ventana, resoplando.

—Fugo y yo buscamos en los archivos de Passione sobre este tal Selvaggio, pero no hallamos nada. No es ni fue parte de ninguna mafia —explicaba Abbacchio mientras bebía café.

—Supongo que pensó que si dejaba a Magdalena ahí no pasaría nada; después de todo es la responsable de la droga que estaba saliendo de Passione... pero... —comentaba Mista, algo nervioso.

—Sí. Normalmente sería así. Lo que no entiendo es la razón de llevarse a Antonella... no tiene ningún sentido —decía Bucciarati, pensando en qué podría hacer.

—Si crecieron con esa mujer, es probable que tengan una especie de lazo, será difícil que le haga algo —hacía conjeturas Fugo.

—No lo sé, ella jamás mencionó a ese hombre —contestaba Bruno, dispuesto a servirse café.

—¿Tal vez se le olvidó? —aventuró Narancia, jugueteando con una cereza que había quitado del pastel que comía.

Bucciarati no respondió, simplemente siguió pensando, mientras veía por la ventana y tomaba de su taza de café. Debía planear una estrategia.

—Por ahora sugiero que descansemos, fue una noche difícil —sugería Abbacchio—. Nos tuviste preocupados, estuviste muchas horas buscando en esas alcantarillas.

Bruno no respondió. Así que sus amigos tomaron la palabra de Abbacchio para retirarse y descansar. Así también dejarían a su jefe que se calmara y pensara las cosas con tranquilidad.

Abbacchio esperó a que todos salieran del cuarto, para hablar a solas con Bucciarati.

—Bien, Bucciarati. El caso está cerrado. Te encargaste de Magdalena y los traidores, Passione estará satisfecho. ¿No lo crees?

—Probablemente —respondió en voz baja Bruno, sin mirar a su compañero.

—Entonces dime algo, ¿por qué seguir? No tiene caso ya...

No obtuvo respuesta, simplemente su jefe seguía observando por la ventana, impávido. Abbacchio suspiró y continuó:

—Bucciarati... ¿tan importante es esa niña para ti?

—No es una niña... —respondió Bruno, observando a su interlocutor por fin. Abbacchio sonrió.

—Ya... ¿es una mujer?

—¿A qué quieres llegar?

—A la verdad. Te estás tomando demasiadas molestias por ella.

—Siempre lo he hecho, con cada uno de ustedes, ¡y jamás ha sido una maldita molestia! Debo ayudar a quien lo necesita, es mi deber, tengo el poder para hacerlo...

Bruno y Abbacchio se observaron durante unos momentos, hasta que el segundo se levantó de la mesa donde estaba, acercándose a su jefe.

—Oye, Bucciarati, sabes que siempre te voy a apoyar y ayudar cuando lo necesites, y creo esta es una ocasión que amerita mi ayuda.

¿Te volveré a encontrar? Bruno Bucciarati x lectoraWhere stories live. Discover now