9- Un reencuentro fortuito

576 92 88
                                    


Una semana pasó con rapidez. La incertidumbre embargaba a Bucciarati: aún no encontraban a Antonella.

Passione estaba complacida con la labor de Bucciarati, cada vez lo consideraban para más misiones y de mayor importancia. Pronto subiría de rango, estaba seguro, aunque eso no le preocupaba por el momento.

—¿Dónde estará? —se preguntaba Bucciarati, mientras tomaba té en un pequeño local donde servían bebidas.

Podía descansar al fin. Después de la misión de Magdalena, tuvo tiempo libre, antes de que le asignaran otra; tiempo suficiente para buscar a Antonella.

Lo que no sabía era que la suerte estaba a punto de sonreírle.

Bruno caminaba por las calles que solía recorrer en su rutina diaria, cuidando la paz de su bello país. No se percató que cerca de ahí, buscándolo, se encontraba Antonella.

Logró vislumbrarlo a la distancia, caminando con su típica elegancia, observando su alrededor y saludando cordialmente a la gente que lo saludada y adulaba. Antonella sintió un cosquilleo en el estómago, para luego ser reemplazado por un palpitar loco de su corazón. El verlo era una sensación refrescante y cálida a la vez; la felicidad la embargaba y tenía que reprimir las ganas locas de echarse a correr para abrazarlo, diciéndole lo mucho que lo había extrañado.

Sonriendo abiertamente, decidió acercarse, quería, necesitaba, hablarle:

—¡Bucciarati! ¡Aquí! —llamó Antonella, levantando una mano y haciendo señas.

Bruno escuchó el llamado, pero ese timbre de voz, al reconocerlo, hizo que sintiera una emoción extraña. Giró rápidamente sobre sus talones, con un creciente nerviosismo, buscando con prisa a su alrededor, hasta que la vio.

Las miradas de ambos se encontraron; Bucciarati sintió una sensación de alivio y alegría, combinado con un sentimiento repentino de ir hasta la chica... no lo entendió, no sabía lidiar con esa mezcla de emociones. Antonella sonrió abiertamente y corrió hasta estar cerca de Bruno:

—Bucciarati, cuánto tiempo —logró articular Antonella, sonrojada, frente a su caballero, el que la había encantado, que la hacía pensar en él todo el día, su salvador y ese hombre que la había cautivado. Qué remedio... se había enamorado.

Bucciarati la observó sin poder creerlo, sin saber cómo reaccionar. Por esa ocasión, se dejó llevar, debía seguir primero al instinto que a la razón: abrió sus brazos para envolver en un tierno abrazo a Antonella.

—Estás bien... estuve muy preocupado por ti. No sabía... pensé...

El sonrojo en el rostro de la chica se intensificó, pero iba de la mano con el sentimiento de felicidad embriagante que la llenó en ese instante, parecía que el tiempo se había detenido a su alrededor, solo quería permanecer ahí, rodeada de los brazos de Bucciarati. Lentamente correspondió al abrazo, mientras cerraba sus ojos:

—...e...estoy bien. Ya estoy aquí...

Bucciarati se separó del abrazo, tomando los hombros de Antonella, para observarla con una sonrisa que jamás había expresado. Respiraba con emoción antes de hablar:

—Antonella... ¿qué sucedió? Estaba preocupado de muerte. Te busqué por todas partes...

—Magdalena huyó de ustedes, pero... pasó algo...

—Solo sé que ese Selvaggio te llevó con él. Pensé que te habían raptado, no sabía nada de ese sujeto ni quién era... creí...

—Él es un buen amigo, Bucciarati; lamento no haber hablado de él antes —se disculpó Antonella; de verdad lo sentía, solo que al estar junto a Bucciarati se olvidaba de todo y todos, solo quería conocer más a su caballero galante—. Pero estoy bien, solo huimos lejos de aquí; él tenía miedo de que lo persiguieran. Cuando me contó todo le expliqué el asunto y... ¡ya estoy aquí!

¿Te volveré a encontrar? Bruno Bucciarati x lectoraWhere stories live. Discover now