4- El comienzo de los planes

812 103 25
                                    


Bucciarati no perdió tiempo al día siguiente, dedicándose a recaudar información sobre la señora Magdalena, toda la que tenía disponible, tanto él como parte de Passione; algunos compañeros le dieron noticias relevantes sobre ella y nada era nuevo o más allá de lo que ya sabía: una mujer viuda desde hace más de veinte años, que se dedicaba a vender joyas en Italia; aunque la pregunta residía en ¿dónde había conseguido tanto dinero para comenzar ese negocio? Tenía entendido que sus orígenes eran humildes. Pero la respuesta no tardó en llegar, gracias a un compañero de Passione: era familiar de un integrante de la mafia.

Entonces se daba por hecho que este integrante de Passione le había facilitado su negocio de joyas. Interesante, aunque malo, ya que no tenía algún motivo para abordarla, simplemente no podía llegar y exigir a Antonella y su hermanito sin una razón. Debía cuidar su reputación de benefactor con la sociedad.

—Bucciarati, oi... —llamaba Narancia, pero el aludido lo ignoraba, inmerso en sus pensamientos—. Oi, Bucciarati... ¡Bucciarati!

—¿Mmm? ¿Decías algo, Narancia? —respondió Bruno, levantando la vista de su taza de café.

Se encontraban en su casa, descansando y reuniendo información de su otro problema: los traidores y sus conexiones fuera de Passione.

—¿Por qué hay tantos garbanzos y semillas aquí? —preguntó Narancia, observando la bolsa que había comprado Bruno a Antonella la noche anterior.

—Eso... los compré ayer... es todo —respondió, tomando de su café con elegancia.

—¿Para qué? ¿Cocinas, Bucciarati? —preguntó Abbacchio, acercándose a Narancia para espiar el contenido de la bolsa.

—Eh... sí, claro... yo... sé hacer crema de garbanzo. ¿No sabían? —retó, esperando que no hicieran más preguntas sus chicos, ahí reunidos, viéndolo como animal actuando en un circo.

—¿Tú? ¿Cocinar? Eso quiero verlo, nunca te he visto comer comida casera —rio Mista, estirándose en un sofá.

—Dejen de cuestionarlo o les daré una paliza —amenazó Fugo, cruzado de brazos.

—Eso quiere decir que tú también tienes curiosidad —retó Mista, con gesto burlón.

—¡Basta de tonterías! ¿Qué descubrieron del grupo traidor? ¿Hay noticias?

Su pandilla cambió una rápida mirada, antes de negar con la cabeza, tristes. Bucciarati exhaló, algo decepcionado.

—No importa, todos están esforzándose. Es muy pronto por ahora, ya tendremos suerte después —animó Bruno a sus chicos, terminando su café y levantándose de la mesa.

—¿Ya te vas, Bucciarati? —preguntó Abbacchio.

—Tengo que dar mi ronda. Es mi trabajo.

—Tú deberías ser capo, Bucciarati; Passione no te aprecia —mencionó Narancia, jugueteando con un garbanzo que había sacado del bolso.

—Algún día, Narancia —susurró Bucciarati, saliendo de su hogar, dejando a su pandilla atrás.

Caminó por sus calles habituales de Italia, recibiendo las mismas atenciones de la gente que lo apreciaba, así como regalos y saludos. Esta vez necesitaron su ayuda para rescatar a unos niños que se encontraban en un cuarto con la puerta atascada, ayudando sin dudarlo, ganando más respeto y admiración de aquí a allá.

Pero una cosa no salía de su cabeza: el caso de Antonella y su hermanito; no podía soportar que estuvieran sufriendo, ¿qué haría? Debía pensar en algo y pronto.

¿Te volveré a encontrar? Bruno Bucciarati x lectoraKde žijí příběhy. Začni objevovat