19: Confesiones que huyen a la montaña

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Al final nadie dijo nada y Benjamín se fue temprano para hacer sus cosas y ponerse al día con algunos amigos. Nos dejó al resto frustrados, eso estaba claro. Las palabras burbujeaban en nuestras bocas, como si quisiéramos escupirlas en su rostro de la nada. En un acuerdo mudo todos decidimos que era mejor no hacer una escena, solo que tenía la sensación de que alguien iba a explotar en el momento preciso y no conseguía convencerme de si aquello sería una buena idea o no. Gabriel estuvo de muy mal humor durante la cena, respondiendo con monosílabos y nada más. Tomás hablaba mucho, algo normal si no fuera por el hecho de que expresaba abiertamente su disgusto sobre los regalos que el padre de María le había dado, mientras ella frunciendo el ceño no parecía muy feliz con las palabras de su prometido.

—No es la gran cosa, Tomás —dijo ella con desdén.

Pensé que alguien iba a objetar su desinterés, pero nadie lo hizo. Doña Rosa solo se veía triste por la situación, y Gabriel que, si bien estaba callado, se puso aún más ensimismado luego del comentario de su hermana. La cena terminó incómoda y Gabriel se levantó tenso, preguntándole a María si podían hablar en privado. Se encaminaron afuera, donde suponían no se podía escuchar tanto su conversación, y se quedaron por un buen rato. Yo ayudé a limpiar la mesa y aproveché a responderle unos mensajes a Juliana que había ido junto a Andrea a uno de los otros pueblos de los alrededores, mandándome mil fotos y avisándome que pensaban pasar en la noche para entregar unas artesanías que habían comprado como regalo a María y a Doña Rosa.

Estando lavando los platos, muy a objeción de la señora de la casa cabe aclarar, escuché pasar a María murmurando no sé qués en voz baja; sin embargo no había rastro de su hermano. Las chicas llegaron tan ponto terminé de limpiar, nos saludaron y acomodaron las cajas en la sala. Juliana me besó en la mejilla al pasar por la cocina y se fue a buscar a su hermano que estaba por el jardín, Andrea le acompañó. Me sequé las manos con una toalla y pasando por el pasillo noté que uno de los suéteres de Gabriel estaba colgado en el perchero junto a más prendas, así que lo recogí con la intención de encaminarme hasta la entrada con la sospecha que él seguía afuera. Pareció escucharme cerrar la puerta detrás de mí y tan pronto mirarme su rostro cambió a una sonrisa, al menos por momentos. Me invitó a sentarme a su lado haciendo un gesto con la mano a su derecha.

—¿Qué pasa? —preguntó, y le entregué el suéter, de repente el frío pinchó mis mejillas y nariz. Él lo tomó, como apenas dándose cuenta que era dueño de algo que lo ayudaría a combatir el clima helado.

—Pensé que tendrías frío —dije, el rostro de Gabriel tornándose unos tonos más oscuros, un tinte rosado en sus mejillas.

—Gracias —susurró, poniéndoselo lentamente, ocasionalmente mirándome para después evitar mis ojos. Me incliné más cerca y él hizo lo mismo.

Era bonito no tener la presión de decir algo, con Andrea siempre estaba al borde de mí mismo para llenar los espacios entre las palabras para que ella no se sintiera incómoda. Ella disfrutaba hablar, yo no tanto. En cambio, Gabriel era como un equilibrio, una neutralidad. También era agradable ponerlo nervioso por hacer algo tan simple, aunque para sorpresa mía, apoyó su mano en la madera y yo acerqué mi mano a la suya, la agarró y entrelazó nuestros dedos.

—Veo que tú y María tuvieron una plática —murmuré luego de ratos en mutua compañía sin decir nada, no era de noche pero como que quería oscurecerse. Las nubes no estaban por ningún lado y, aunque fría, no se sentía la sombra de una lluvia por venir.

Me respondió como diciendo que sí, y eso fue todo. No sabía de qué habían hablado, tampoco si era o no buena idea insistir en que él me dijera qué tal, por lo que imaginé que no estaba listo para decirme, o no estaba a gusto en hacerlo y eso estaba bien, en verdad. Apreté un poco más su mano, Gabriel me preguntó, en voz baja, que si podía acomodar su cabeza en mi hombro, y asentí y ya. Poniéndolo en perspectiva, no era algo romántico o mágico, tan solo era eso: un momento. No lindo, no perfecto, nada de eso. Solo lo era y ya. Gabriel se notaba mal, emocionalmente, yo solo estaba dándole mi presencia como un soporte hasta que él decidiese que ya no la quería.

Cenizas de un hombre muertoWhere stories live. Discover now