20.5: Epílogo

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Por el momento, la situación parecía ir sorprendentemente bien a pesar de lo evidente. Llegamos a la hora acordada, ni un minuto más, ni un minuto menos, y lo único que parecía inusual era ver a Tomás con las manos temblorosas y que impulsivamente tendía a ajustarse el cuello de su camisa blanca una y otra vez. Sólo que esa acción apenas se notaba en el torbellino que eran los minutos antes de la boda, a menos que uno estuviera interesado en buscar ese tipo de cosas por una u otra razón. En seguida, familiares y amigos comenzaron a entrar por las puertas de la iglesia, dirigiéndose animadamente a sus asientos.

El padre pronunció unas palabras de bienvenida, ofreciendo una introducción y algunas reflexiones sobre el matrimonio y lo que representaba la unión de dos almas. Me tocó acompañar del brazo en medio del pasillo a una de las damas de María, la cual era alta y de cabello rapado, bastante amigable pese a su evidente incomodidad por el vestido y los tacones que llevaba puestos. Nos separamos al llegar a nuestros lugares asignados, y desde donde estaba pude ver a Tomas como nunca antes lo había visto. Me dio pena y me puso nervioso. Parecía cansado, un poco malhumorado y con los ojos en todas partes, y no en nadie en particular. Fue en eso, en su inquietud, cuando la música comenzó a sonar lenta y suavemente, dando un aire de expectación ante la próxima presencia de María, la esperada novia. Sin más, apareció y toda la atención se centró en ella. Caminó lentamente, con el brazo agarrado al de su padre, sonriente y hermosa, parpadeando de forma aniñada, como si una luz divina la estuviera envolviendo en el día más importante de su vida. Cuando llegó al frente, se soltó de su padre y se acomodó al lado de Tomás, ojeándolo pero por instantes.

De repente, el padre tomó la palabra, dando a conocer su presencia. En su monólogo, incluyó algunos pasajes de la Biblia, y luego se dirigió a los novios y habló de las responsabilidades del matrimonio y de la santidad de los votos que iban a hacer. Era el momento que esperábamos. El sí. La afirmación. La confesión de amor entre los amantes. El beso.

Hasta que no lo fue. 

Tomás no podía, dijo sin mirar a la multitud, no podía casarse con una mujer tan bella, dulce y encantadora. No ahora, todavía no. En cambio algún día, si todavía había una posibilidad, si aún estaba la opción, la oportunidad, de estar juntos. Añadió más palabras en voz baja, ante las que María lloró, y fue asintiendo con el maquillaje corrido y disculpándose en susurros mientras dedicaba un firme abrazo a su, ahora, no marido. Murmuraron algo al oído del otro, y María le besó la mejilla con una sonrisa triste, y eso pareció ser todo. Salieron bien, por suerte. Incómodos, pero bien. Había sido prepago, así que realmente, al menos al final, resultó ser sólo una fiesta y no una celebración de boda. El asunto de después de la iglesia resultó ser menos escandaloso de lo esperado, claro, estaban las tías chismosas que criticaban y cuchicheaban a las espaldas de uno, y el comentario ocasional aquí y allá de los primos amargados, sin embargo, resultó ser poco importante en el gran esquema de las cosas.

Para sorpresa de nadie excepto de unos cuantos, me la pasé el resto de la fiesta en una esquina del salón, comiendo y bebiendo un poco mientras ignoraba el dolor de cabeza que estaba comenzando por las luces y la música. Gabriel me acompañaba en ocasiones, luego aparecía algún familiar con el que tenía que interactuar evidentemente —tanto por cortesía como por cariño y aprecio—, e iba y venía y se iba de nuevo. Regresando ya luego de un buen rato, me pidió por décima vez disculpas.

—No me pidas perdón por hablar con tu familia.

—Pero te estoy dejando solo —dijo.

—No necesito de alguien cuidando de mí, Gabriel —sonreí para justificarme un tanto—. Tú ve, disfruta, relájate. Desde aquí te veo. No me molesta estar solo, tranquilo.

Con duda me hizo caso, se despidió con la esperanza de regresar y yo hice un sonido de asentimiento. Comprensiblemente, me quedé en mi rincón alejado del mundo. Donde prefería ver a los demás desenredarse con el sonido de la música latina, que bombardeaba en latidos dentro de los corazones de las personas que bailaban sobre la pista. Y ahí, en otra esquina del salón estaba Gabriel junto a un grupo pequeño de personas, hablando y riendo y pasándosela bien. 

En ocasiones deseaba ser Gabriel. Socializar era como su agua para beber, para nadar. Era obvio que le gustaba la atención, le gustaba hablar con la gente, le gustaba estar con la gente. Si fuera otra persona, querría ser como él. Pero si fuera otra persona, no sería yo, y sin embargo, ¿por qué necesitaba seguir siendo la persona que soy sabiendo el dolor que me causo? No obstante, era demasiado pronto para ser otra persona. Y eso estaba bien, me di cuenta, estaba bien porque ese era mi ritmo y no estaba obligado a avanzar cuando no estaba preparado. No era una competencia, no le debía nada a nadie sobre mí. A nadie sobre quién era y en quién me estaba convirtiendo. Bueno o malo el cambio, era mío. Y en lugar de sentirme confuso por curar mis heridas con el tiempo, me sentí cómodo con la idea. La revelación se asentó en mi pecho, dándome un pequeño impulso de calidez. Iba a estar bien, al final, siempre había un mañana.

Mi celular sonó en mi bolsillo, poniendo en pausa mis pensamiento, vi el nombre en la pantalla y tardé unos segundos en procesar que era mi madre, Soledad, quien me llamaba. Dudé en contestarle, como tantas veces he hecho, pero entonces escuché la risa de Gabriel no muy lejos de donde me encontraba y lo reconsideré. Salí rápidamente de la habitación al tercer timbre, con la ventaja de estar cerca de la salida, y al cuarto timbre le contesté.

—Hola mamá —apreté el celular sin querer, mis manos sudando y temblando. Me encontraba alejado del bullicio, no obstante, proseguía el ruido—. Lamento no haberte respondido los mensajes y llamadas, he estado ocupado... —miré al suelo, suspiré mientras cerraba los ojos, escuchando atentamente a lo que me tenía que decir, tardó un buen rato de quejas, reclamos y preocupaciones, era entendible por tanto tiempo sin contacto—. Yo también te extraño, en serio lo hago. Y no, ya rompí con Andrea —escuché su pregunta del otro lado de la línea—. No estoy solo, bueno no del todo, he encontrado a alguien y yo, bueno, quiero presentarlos.

Su sorpresa animada me calentó el pecho abruptamente, aun cuando estaba aterrorizado por las consecuencias y me cuestioné si lo que dije era muy impulsivo de mi parte. Si sería lo correcto, lo indicado. Si acaso le molestaría a él. En mi atrevimiento, consideré lo que quedaría si nos eligiéramos mutuamente después de todo, después de nada, después de lo de nosotros. Lo que hicimos, lo que no. Pero, me admití a mí mismo, no podía controlar lo que sienten los demás. Entonces, pensé en su promesa, la que me hizo no hace mucho, no hace tanto. Terminé la llamada con mi mamá que me dejó pensando aún más. 

¿Cuánto puede cambiar el tiempo antes de que uno sea irreconocible?

Pido perdón por mi desinformación con las ceremonias religiosas, hice lo que pude para alguien que nunca ha ido a una boda de ese tipo

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Pido perdón por mi desinformación con las ceremonias religiosas, hice lo que pude para alguien que nunca ha ido a una boda de ese tipo. En realidad tuve que investigar y ver un video de una hora en yt sobre una pareja hetero que no conozco solo para ver la ceremonia lol Fue cansado :p Whatever, pretendamos que asi son las bodas y ya, ¿ok? :D

Gracias a mis lectores, y gracias a mi linda editora por prestarme su tiempo en ayudarme con este proyecto a lo largo de estos ultimos años. Finalmente, gracias a mi gato que murió hace tanto, pues esta historia va para él, mi inspiración.

Despedidas homosexuales, pues.

Cenizas de un hombre muertoWhere stories live. Discover now