1O.5: Un invierno como cualquier otro

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—Sí, definidamente algo te está pasando.

Valentino levantó la mirada de su celular, sus mejillas rojas me recordaban a la maceta de amapolas que teníamos en el apartamento que compartíamos desde la universidad, y ese pensamiento me hacía poner un poco triste porque ya nada sería lo mismo a partir de ahora. Esta mañana su cabello rubio estaba más desastroso que nunca, dándole un aire medio infantil pese a estar en la mitad de sus veintes, al igual que yo.

—¿Por qué dices eso? —arrugó su nariz, su rostro mostraba verdadera confusión, aunque algo en su mirada me decía que sabía a qué me refería. Decidí hacerme el dramático y esperar a que la taza calentase mis dedos helados antes de hablar. La mañana estaba más fría de lo normal. Acerqué el café a mis labios, así me gustaba, con mucha crema y tres cucharadas de azúcar.

—Estás más feliz de lo normal —dije alejando la bebida caliente de mi boca, tan solo unos cuantos centímetros porque quería sentir como el vapor del café acariciaba mi rostro con ternura—, sé que María me dijo que debo esperar a que estés listo para decirme, pero te conozco y no me dirás nada a menos que te pregunte directamente —sonreí, jugando el juego extraño que se daba cuando uno de nosotros sentía que el otro estaba guardando algo—, María no está aquí para regañarme, así que debo aprovechar lo más que pueda para ponerme en el papel de amigo chismoso.

Él rió fuertemente, yo hice lo mismo. Me llegó el fugaz recuerdo de María, ella se fue con Doña Rosa a la iglesia del pueblo, y quise acompañarla insistió que estaba bien así, que no necesitaba ayuda. La boda ya estaba casi lista, solo faltaban ciertas cosas y ya. Valentino dejó el celular en la mesa del comedor, tomó de su té, se recargó en la silla y me sonrió.

—Estoy de buen humor, eso es todo —pensé en sus palabras un rato antes de agregar:

—¿Andrea?

—En parte —asintió, otro sorbo a su té y siguió hablando—, hablé con ella hace rato.

—¿Todo bien, entonces?

—La tenía descuidada estos días, hablamos de sentimientos y eso. Todo fue bien, nos fue bien. Lo nuestro es frágil, ¿me entiendes? No sé, solo lo es.

—Siempre lo ha sido, Valentino. Andrea y tú, sabes lo que pienso.

—Que no la amo.

—Eso, sí. Siento que no lo haces.

—Quizás —se quedó callado, mirando atentamente la taza en sus manos pálidas que tenían un poco de rojo en sus nudillos—. Quizá tengas, digo, tienes razón.

Sus ojos avellana mostraban tristeza y soledad y todo aquello que bien sabía que vivía dentro suyo desde hace demasiado tiempo, años tal vez. Mi amigo era transparente, muy sencillo de leer si te daba la oportunidad de conocerle, pero callaba mucho. Quería indagar más, preguntar y cuestionar, sacar más palabras de él. No lo hice. No dijimos nada después de eso. Limpiamos la mesa y lavamos los platos que usamos, ordenando un poco la casa habrá pasado poco menos de una hora. Terminando, decidí matar tiempo en el jardín, oliendo y mirando las flores de todo tipo, sentí el frío invernal helar más mi piel y cómo ese mismo frío se derretía en mi pecho. Valentino me vio desde la puerta que daba al jardín y sonrió, buscamos unas sillas blancas de plástico que estaban en una esquina de la casa y nos sentamos en el patio, cerca de las flores.

Era un invierno como cualquier otro, pero no se sentía así. Estaba inseguro sobre mi futuro con Valentino. Ambos siendo amigos de tantos años, amigos de toda una vida. Y a mí siempre me había atemorizado el día en que nos fuéramos a separar para siempre, no soportaba la idea de tenerlo lejos de mí. Él era como una llama de fuego: cálido, pequeño, tímido, dulce, brillante y valiente. Él era todo aquello que yo no era. Mi mejor amigo, era de las pocas personas que me hacían sentir bien y cuerdo, y perderlo era algo que odiaba. Nuestra amistad era valiosa para mí, pero las dudas no se van, nunca lo hacen realmente, siempre me llenan de miedos e inquietudes, de quizás y de tal vez.

Cenizas de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora