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Dos hombres uniformados me escoltan hasta la planta número noventa y nueve, la última del rascacielos, y nada más salir del espacioso ascensor me topo con un hall en el que todo cuanto veo me hace sentir más pequeña y sobre todo mucho más pobre: techos altísimos, acabados de marfil, paredes revestidas de madera oscura, retratos antiguos pintados al óleo, columnas de mármol...

—Hemos llegado —informa uno de los guardaespaldas por el pinganillo.

—Por aquí, señorita, el señor Wolf la espera —me dice el otro, impidiendo que me acerque a un jarrón con aspecto de ser más caro que mi apartamento.

Tras guiarme hasta la enorme puerta doble del despacho de Wolf, los escoltas se quedan fuera, flanqueando la entrada.

—¿No cree que su seguridad es...? —me quedo sin palabras.

Su despacho es tan rico como el resto del hall y la pared del fondo es toda de vidrio, ofreciendo las mejores vistas de la ciudad. Desde este piso 99, los demás edificios, incluso los más altos, parecen postrarse a los pies de Wolf.

Vaya, así que así se siente estar en la cima del mundo, digo muy bajito.

—¿Se le comió la lengua el gato? —se burla.

Wolf está en un sillón elegante, tras un escritorio tan grande que podría montar una orgía encima sin que se le desorganizaran los papeles.

—Su seguridad es excesiva —me repongo carraspeando.

—Solo protejo lo que es mío.

—¿Insinúa que soy suya?

—Usted no —sonríe como si le faltara un "todavía" ahí en medio—, pero su investigación sí.

Aprieto los puños a ambos lados y frunzo el ceño.

Wolf revisa su caro reloj de muñeca, ignorándome.

—Por cierto, ha llegado tarde —dice.

Lo compruebo sacando el móvil del bolso.

—Ha llegado tarde al coche —aclara antes de que pueda contradecirlo.

—¿Se lo ha dicho Alessandro?

En vez de responderme, me dedica una mirada enigmática.

—Además, ha llegado tarde sin motivo aparente —prosigue, analizando mi atuendo de pies a cabeza.

—Si tanto me ha investigado, debería saber que no soy de vestidos.

—No se preocupe, señorita White, le aseguro que la investigaré más... a fondo —me promete, con la barbilla apoyada sobre sus dedos entrelazados.

Cierro los ojos e inspiro, no quiero que note cuánto me altera.

—Podemos ir al grano, ¿señor Wolf?

—¿Tanta prisa tiene? —se burla, insinuante.

—¿Para qué me ha hecho venir? ¿Quiere que hablemos de la estupidez que prometió por televisión? —pregunto irónica con los brazos en jarras—. ¡Hasta que no los sepamos no puede hablar de los efectos secundarios!

—Pensé que se lo tomaría más positivamente.

—¿Por qué iba a tomármelo positivamente? ¿Porque aceptó mi propuesta para modificar el inhibidor y lo hará pasar como un efecto secundario?

Desafío a Wolf con la mirada.

—Estuve pensando en lo que dijo —me responde sin que mi mirada furiosa le afecte— y he llegado a la conclusión de que estaba en lo cierto.

Súcubo (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora