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—¿Entonces acabo de tener sexo con un demonio? —me pregunta Matt, burlón, mientras acaricia suavemente mi pezón erecto, mirándome como si acabara de contarle el argumento de una película de bajo presupuesto.

—Esa es la forma más sencilla de verlo —respondo riendo, pues sé lo tonto que suena—. Pero como científica no puedo dejar que lo veas de ese modo, sería como creer que las herboristas y curanderas que hace siglos morían en la hoguera eran de verdad brujas. No soy un demonio, igual que la hipertricosis no es licantropía. Esas supersticiones son cosa del pasado. Lo mío es más bien una tara genética, un fallo evolutivo de la especie humana, y tiene cura.

—¿Tara genética? ¿Fallo evolutivo? Puedes follar sin protección sin riesgo a quedarte embarazada ni a contraer enfermedades venéreas —me recuerda con una sonrisita de envidia—. Emily, nadie describiría así tu situación.

—Olvidas la parte en la que mis parejas sexuales mueren.

Matt abre mucho los ojos con una mueca de dolor y horror absoluto y se agarra el pecho donde el corazón clavándose los dedos mientras abre y cierra la boca como si le faltara el aire, y entonces se detiene tan rápido como empezó.

—Nah, estoy perfectamente —dice.

—No te lo tomes a broma. Por ahora no notas nada, pero lo notarás. Hay una investigación de los años cincuenta que explica bastante bien esto. Unos investigadores conectaron electrodos al cerebro de una rata, más concretamente al área del placer. Con un botón le daban una pequeñísima descarga eléctrica, y descubrieron que la rata prefería esa descarga a cualquier otra cosa. Cuando le pusieron una palanquita para que pudiera estimularse el cerebro a sí misma, le daba hasta siete mil veces por hora. Esos electrodos le proporcionaban una recompensa mucho más potente que cualquier estímulo natural. Las ratas preferían ese estímulo eléctrico a la comida o al agua, independientemente de si tenían hambre o sed. Las ratas macho que se autoestimulaban no hacían caso de una hembra en celo, y para llegar a la palanca cruzaban una y otra vez una rejilla electrificaba que les aplicaba descargas en los pies. Las ratas hembra abandonaban a la camada recién nacida para seguir pulsando la palanca. En los casos más extremos, las ratas se estimulaban hasta dos mil veces por hora durante veinticuatro horas seguidas con exclusión de cualquier otra actividad. Tuvieron que desconectarles el aparato para evitar que murieran por inanición.

Matt, que me estaba toqueteando el pezón mientras hablaba, dice:

—Encima de estar buenísima, eres lista.

—No me escuchas, te estoy diciendo que las ratas eran capaces de morir de hambre con tal de seguir recibiendo orgasmos —me quejo, quitándole la mano—. Hablando de morir de hambre... ¿no quieres desayunar? —le recuerdo, mientras me levanto para ponerme las pantuflas.

—Sí, de primer plato quiero Emily y de segundo quiero White —decide, y me agarra de la muñeca tirándome de nuevo en la cama, sobre él.

Me abraza acariciándome la espalda cariñosamente mientras su mano va bajando poco a poco hacia mi culo, donde deja de ser suave. El primer azote me pilla por sorpresa, me enfada. El segundo azote lo ansío. Me besa en los labios y toca mi nariz con la suya. Esa sonrisa solo puede significar una cosa.

—No tienes remedio —le digo, poniéndome a horcajadas sobre él.

Tomo su polla entre mis dedos y la guío hasta mi entrada. Una vez tengo la punta en mi interior, bajo las caderas hasta albergarlo por completo. Pongo las manos abiertas sobre su pecho y me muevo adelante y atrás.

—Oh Dios, Emily, me encanta lo fácil que te mojas —susurra en mi oído mientras me toma del cabello—. Quieres que te folle duro, ¿verdad?

Estoy tendida sobre él y, en esta posición, atrapada entre sus brazos, con mi pecho contra el suyo, apenas puedo moverme, así que lo hago lo mejor que puedo, o más bien dejo que sea él quien me mueva con sus embestidas. Me besa el cuello y el hombro, sería un abrazo cariñoso si no fuera por lo duro que me folla. Mi culo se sacude como gelatina con cada azote. Me lo agarra con ambas manos, me lo amasa con hambre y me atrae hacia su cuerpo mientras empuja sus caderas para que mi clítoris hinchado friccione en su vello púbico.

Súcubo (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora