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Es más fácil menospreciar a Wolf cuando estás lejos de él. Cara a cara, en su despacho, la cosa es distinta. El señor Wolf siempre ha desprendido esa aura magnética que dificulta unir dos frases seguidas, así que no entiendo qué es lo que ha cambiado, por qué ahora me parece todavía más imponente.

Wolf me observa con la mirada sombría. Es grande, y muy alto, más de lo que recordaba, y más guapo, y también más elegante. Pero es una elegancia animal, salvaje. La chaqueta del traje se ajusta a sus hombros anchos a la perfección. Tiene una mano en el bolsillo, la del grueso reloj de muñeca. Con la otra mano se peina hacia atrás, aunque no consigue domar el mechón que le cae sobre la frente. En su cabello hay una nueva veta de canas plateadas.

Parece cansado. No, está hambriento. De mí.

Puede que sea una mala idea permanecer sentada en esta silla.

—Respóndame, señorita White. ¿Quiere trabajar conmigo?

Es la segunda vez que lo pregunta, no habrá una tercera.

—Quiero trabajar en mi proyecto —respondo, dubitativa.

—Viktor Ivanov podría financiarla.

Es una trampa, lo sé, pero me apetece morder el cebo.

—Podría, sí —admito, con los brazos cruzados frente a mi pecho—, y mentiría si le dijera que no he considerado esa opción. Lo único que me detiene es no saber si me permitirá desarrollar mi propia versión del inhibidor.

Wolf se ha girado hacia el enorme ventanal. Pero noto que está nervioso, que me mira a través del reflejo. Tiene miedo de perderme, o más bien de perder el dinero y el poder y su única oportunidad de limpiar su imagen.

—Usted, en cambio, se comprometió públicamente conmigo —añado.

Wolf se vuelve con una sonrisa mordaz en su rostro.

—¿Cómo dice? —pregunta, tan frío que resulta amenazador.

—Me presentó en la gala benéfica como la universitaria prometedora que acabará con el creciente índice de violaciones —le recuerdo—. Las redes sociales hablan de usted, señor Wolf. Está en el punto de mira de todo el mundo y no puede permitirse más mala prensa, la junta directiva acabaría con usted.

Percibo un cambio sutil en su sonrisa, ¿es orgullo?

—Cuando apareció por televisión hablando de los efectos secundarios del inhibidor me dio el poder para estipular mis condiciones —sentencio, aunque no parece afectarle en lo más mínimo—. Pero eso usted ya lo sabía...

Lo hizo a propósito, claro. Wolf, el hombre que lo controla todo, renunció a parte de su control sobre mí para asegurarse de que me quedaría con él.

—¿Qué condiciones son esas? —pregunta, muy seguro de sí mismo.

Hay muchas cosas que podría exigirle, puedo conseguir mucho más de él, seguro, solo que no sé qué es lo que realmente quiero cuando lo veo rodeando el enorme escritorio en mi dirección. Wolf contaba con esto, mantiene la mano izquierda en el bolsillo y esa maldita sonrisa engreída en el rostro.

—¿Es que no me porto bien con usted?

—N-no, lo que quiero decir... es que... —tartamudeo.

Noto la boca seca, las mejillas ardiendo y el corazón latiendo rápido. Me pone nerviosa que esté cada vez más cerca. Podría alejarme de él si mis piernas se dignaran a obedecerme. Las muy traidoras no solo no se mueven del sitio, sino que encima mis muslos se alían contra mí frotándose el uno con el otro, lo que no calma la creciente picazón, si acaso lo contrario.

Súcubo (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora