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El interior de la limusina tiene acabados de madera, está tapizado en piel y es tan espacioso que podríamos hacer todo el Kama Sutra en el suelo. Por suerte, parece que a Viktor no le intereso en ese sentido, a él solo le atrae mi cerebro. El mal olor del callejón debe de bloquear el poder de mis feromonas.

Viktor sacude un pañuelo empapado en perfume.

—Perdone, no pretendo ofenderla —se disculpa guardándose el pañuelo en el bolsillo del pecho—, nunca me gustó el hedor de esta ciudad.

Paro de olfatear mi brazo en cuanto me mira.

—Discúlpeme usted —repongo—, imagino que no debe de ser agradable viajar con una chica que apesta a contenedor de basura.

—Compartir un momento con una investigadora de tanto nivel no solo es agradable, sino un honor. —Viktor cruza una pierna sobre la otra y entrelaza los dedos en la rodilla—. Entonces... ¿le parece si hablamos de mi oferta?

Tiro de mi vestido arrugado con la intención de dignificar mi aspecto.

—Cuando dijo que encontraría otros inversores, ¿se refería a...?

—Puedo ser su mecenas —termina por mí—. Quiero ser su mecenas.

—Gracias, no sé qué decir...

—Solo tiene que aceptar —me anima.

—¿Por qué querría usted financiar mi proyecto?

Viktor alza una ceja, no entiende mi desconfianza.

—Usted vio lo que pasó en el callejón —le digo—. ¿Qué vio exactamente?

—Lo suficiente —confiesa, con una sonrisa amable.

En una situación así, se agradece que la limusina sea tan espaciosa. No soportaría estar sentada más cerca de él. Viktor sabe que no llevo bragas.

—Entonces sabrá que el señor Wolf no se aprovechó de mí.

—Puede —dice, balanceando la pierna—, eso lo dejaría en manos de la opinión pública. Wolf no es precisamente un hombre amado por las redes.

Su hasta ahora amable sonrisa se tiñe de otra cosa.

—Viktor, ¿me está chantajeando?

—Por supuesto que no. Pero merece usted saber que la controvertida imagen de Wolf no le hace ningún bien a su proyecto, señorita White.

—Eso solo nos concierne a Wolf y a mí —le respondo de malas.

Viktor deja de mover la pierna. Los dedos se le tensan sobre la rodilla.

—Piense en las víctimas que salvaría con su inhibidor —me dice, con un notable esfuerzo por contener su enfado—. Por favor, no sea egoísta.

Con un gesto de su mano me pide que no lo interrumpa.

—No sé qué es lo que siente por el señor Wolf —comienza, peinándose el bigote con sus dedos llenos de anillos—, pero no vale la pena el sacrificio.

—Por favor, no asuma cosas equivocadas.

—¿Negará que se atraen mutuamente? —me reta.

Cierro los puños en mi regazo.

—Quiero que sepa que esa atracción puede hacerle daño.

—Me halaga que vele por mi seguridad —respondo irónica.

—Puede hacerle daño a su proyecto —aclara—. Con lo que vio hoy, estará de acuerdo conmigo en que Wolf es un hombre impulsivo e impredecible.

Súcubo (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora