La primera cita de Lori

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La primera cita de Lori

Roberto Santiago jamás se había sentido tan nervioso en su vida. Sentía que su estomago estaba repleto de mariposas vomitando. Aquella bella chica había quedado conmovida con su gesto, el de dejar pastelillos en su casillero, y aceptado salir con él.

Ahora estaba parado frente a la puerta de su casa, el momento de la verdad había llegado. Lo siguiente era encarar a quienes serían sus futuros suegros, si es que todo salía bien.

Por lo que sabía, Lori tenía diez hermanos, un chico y otras nueve chicas; por lo cual no sería de extrañarse si el señor Loud resultaba ser un hombre sobreprotector, que antes lo llamaría a hablar en privado para tener la típica charla de papá, en el mejor de los casos.

Igual, por muy aterrado que estaba, sabía que no podía seguir posponiéndolo; de modo que se aproximó a tocar el timbre.

Después de recibir un fuerte corrientazo, la puerta principal se abrió y frente a él apareció un niño de blancos cabellos, aparentemente inofensivo, pecoso y dientón, con vestimenta muy pulcra compuesta por unos jeans azules, un par de tennis y una polera anaranjada que hacía juego con su cabello.

–Ah, hola, amiguito –lo saludó el joven, sintiéndose en parte aliviado de que quien hubiese acudido a abrirle no fuera el padre de su chica, sino uno de sus hermanos, el unico varón, cuya descripción concordaba con la que su chica le había dado cuando le habló de él–. Tú debes ser Lincoln, el hermano de Lori, ¿verdad?

–Si –contestó el niño con una amable sonrisa–. ¿Y tú quien eres?

–Soy Bobby –se anunció ya un poco más tranquilo–, vengo a recoger a Lori. ¿Podrías avisarle que ya llegué?

No obstante, al oírlo decir esto, súbitamente la gentil sonrisa del niño aquel se borró toda de su cara y su expresión se endureció en una de lo más hostil.

–Ah –exclamó con voz aun tranquila pero amenazante–, así que tú eres el estúpido que viene a sacar a mi hermana en su primera cita.

–Eh... Si... –contestó el hispano, en principió confuso por aquella reacción.

–¿Tu edad? –indagó el peliblanco seguidamente.

–Dieciséis –fue lo que respondió Bobby.

Entonces aquel niño lo repasó con la mirada y luego le miró directo a los ojos.

–Pues te ves de treinta –replicó manteniendo el ceño fruncido–. Tu identificación.

–¿Qué?

–Tu identificación.

–No la tengo conmigo –avisó Bobby encogiéndose de hombros.

Ante lo cual el tal Lincoln enarcó una ceja.

–¿No la tienes? ¡Pon las manos donde pueda verlas!

Antes de darse cuenta, y de manera inexplicable, Bobby fue sometido por el niño que tenía frente a si, quien sin mayor esfuerzo lo obligó a ponerse de cara contra la pared para entonces empezar a requisarlo como acostumbran a hacer los policías.

–¿Cuál es tu problema? –refunfuñó mientras hacía esto–. Creen que lo saben todo, delincuentes juveniles...¿Traes un toque?

–No –respondió Bobby, entre indignado y asustado, luego de que acabaran de requisarlo.

–¿Fumas droga? –inquirió Lincoln entonces.

–Por su puesto que no –negó otra vez.

–¿Quieres que mi hermana se enganche con esa cosa?

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